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1 de agosto de 2017

Cat People (película de 1942)

Por Luz Panizzi, actriz y profesora de teatro

Lo primero que quiero decir es: me gustó. Debo reconocer que, cuando pienso en películas viejas (esta película es del año 1942), las tildo de antemano de aburridas o sospecho que el tema no me va a interesar. En este caso, eso no me pasó.

La película cuenta la vida de una chica que, aparentemente, está condenada a convertirse en una mujer pantera debido a una maldición ocurrida en su pueblo. Obviamente, ese "destino" la condena y hace que relacionarse con las demás personas y formar vínculos se le haga muy difícil, ya que la mayoría no cree en su historia.

Al final parece que todo es cierto, o no, porque la película se introduce en la psiquis de la protagonista y en cómo su temor y su angustia la van llevando a que ese presagio se cumpla.

Es interesante cómo la psicología prepondera en la historia. Además dura una hora y media, se pasa rapidísimo y la imagen es bastante buena y nítida. La verdad que sí, me gustó.

[La película fue dirigida por el francés Jacques Tourneur. En castellano se la conoce como "La mujer pantera".]

19 de septiembre de 2015

Yo estuve en la Catedral de Notre-Dame (1163)

Por Luz Panizzi, actriz

Mi historia sobre Notre-Dame no es muy larga. Empieza diciendo que estuve ahí un día de mucho calor y esperando encontrar esas torres inmensas en donde el jorobado se escondía del mundo porque todo le daba miedo. Bueno, yo lo único que conocía de Notre-Dame era a su jorobado.

Llegamos y había muchísima gente. Muchísimos grados y muchísima gente no es buena combinación. Encima sus torres no eran tan altas: aunque hermosas, eran un poco petaconas. Igual entré y ahí ya era otra la historia. Primero que hacía más frío, al ser los techos tan altos el calor no llegaba tanto. Y era muy oscuro, eso también ayuda al ambiente fresco. Había velas y unos ventanales inmensos. Todo parecía de otra época.

La verdad es que, aunque sus torres me gustaron, no subí. Lo confieso. Me quedé abajo, di unas vueltas, saqué fotos y nada más. Un detalle: al jorobado no lo encontré. Para mí, su lugar debe estar en otro lado.


6 de agosto de 2015

Romeo y Julieta (William Shakespeare) [1597]

Lo importante en Romeo y Julieta

Por Luz Panizzi, actriz

Antes de empezar, quisiera sincerarme y aclarar que no me acuerdo a la perfección todo lo sucedido en esta tragedia de William Shakespeare. Pero me gustó y eso hace que esté bien escribir un poco sobre ella.

Las tragedias son para sufrir. Es así. Si vamos ahora al teatro, se ven bastante poco, pero antes, la tragedia era la pieza teatral que la mayoría elegía. Y más si era una historia de amor. Esta es una historia de amor entre una chica y un chico que, como sus familias se odiaban, no se podían querer. Pero ellos se quisieron igual. No sólo eso: después, se enamoraron. Podría decir que, por suerte, ahora esas cosas ya no pasan, que dos familias sean enemigas quedó en el pasado, en la historia. Pero ya dije que iba a ser sincera y con tristeza digo lo que todos ya sabemos: que entre las personas a veces nos seguimos odiando, ignorando, pensando mal del otro. Salvo que, con la modernidad y todo eso, lo ocultamos. Hacemos que no pasa, pero pasa. En fin.

Acá lo que importa es que Romeo y Julieta se conocieron y se enamoraron. Y, a pesar de lo que sus familias pensaban, ellos querían casarse y ser felices por siempre. Hablo en pasado porque, como sucede en las tragedias, el final no fue feliz. Armaron todo un plan, un plan perfecto, pero se comunicaron mal y, cuando Romeo vio que Julieta parecía muerta (porque no estaba muerta, estaba dormida, así su familia creía que estaba muerta y se acababa el problema), se tomó un veneno y se murió al lado de ella. Claro que, cuando Julieta se despertó y vio que Romeo estaba muerto, agarró una espada, se la clavó y también se murió.

Triste e injusto, porque ellos se querían como hay que quererse, con simpleza, sin demasiadas pretensiones. Hay que quererse sin tantas vueltas. Y las personas que se animan a quererse así, se merecen algo más lindo que morirse tan tristes. Porque lo peor es que, después de eso, sus familias se amigaron. ¿Ahora tienen que
amigarse? Y sí, eso es bien de tragedia.

Léanla. Está escrita en verso y eso a veces es más difícil de leer. Pero intenten igual. Y si se aburren, también hay películas, más de una. Yo la leí y vi la película, y siempre quise escribir sobre la obra. Y, claro, ser Julieta alguna vez. Una parte ya la cumplí.

18 de julio de 2014

Antígona (Sófocles)

Por Luz Panizzi, actriz y estudiante de Letras

“Comprender lo trágico equivale a reproducir en sí misma la tragedia griega, no como un caso particular de ésta, sino como su origen, es decir, como su principio y su floración auténtica, y eso simultáneamente".

Estas palabras del escritor Paul Ricoeur instalan la idea de que el género tragedia debe su origen a la tragedia griega. Sófocles, nacido en el 496 o 495 a.C., fue el segundo poeta trágico en darse a conocer y junto a Esquilo y Eurípides se los conoce como los padres del género.
 

Esta construcción surge, en primer lugar, desde el ámbito teológico. La tragedia reproduce el sufrimiento y la pesadez a la que es conducido el hombre por exclusiva decisión de los Dioses. No sólo eso; la tragedia posee un hecho significativo e indiscutible: la muerte. La bella muerte, la muerte heroica, la muerte desmerecida de honores sepulcrales y entierros, el suicidio o cualquier muerte que exista, pero muerte al fin. Algún hombre quiere o debe morir y ahí está el sentido de la tragedia. Ese es el único destino.
 

La historia de Antígona (siglo V a.C) está marcada por su inevitable destino: morir. Tras la muerte de sus dos hermanos, Eteocles y Polinices, quedan solas ella e Ismene. Todos son hijos de Edipo. El nuevo rey Creonte prohíbe sepultar a Polinices, acusado de traición. Antígona decide rendirle homenajes y enterrarlo a pesar de todo. Al no contar con la compañía de su hermana, lo hace sola. Ese acto la condena a muerte.
 

Antígona: - (...) No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –¿y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mí, tener este destino (...)”.
 
No sólo lo dice la historia y la teoría sobre la literatura griega, lo dice Antígona: es la muerte su destino, ella la acepta, y la va a buscar. Sófocles creó así a una Antígona trágica y heroica, quien no resuelve su destino aceptando ser enterrada viva por orden del rey, sino que acude al ahorcamiento como último recurso.

 
Este suicidio era conocido en las tragedias, ya que las mujeres adultas recurrían a darse muerte de esa manera. Las más jóvenes no poseían tanta autonomía y por eso, como en el caso de Antígona, recibían su propia muerte. Pero la heroica hija de Edipo rompe con esta estructura, instaura una especie de enfrentamiento con las normas y, a pesar de estar condenada a muerte, decide terminar ella misma con su vida, lo que la acerca a una figura mucho más femenina y adulta.

 
Al mismo tiempo, esa autonomía que ella asume a la hora de morir, afianza su figura heroica, manteniendo sus ideas con valentía hasta el final y sin olvidar quién era: una mujer.
 

La tragedia comienza con ella, continúa con Hemón, hijo del rey Creonte y su prometido, que renuncia a la vida sin ella. Eurídice, esposa del rey y madre de Hemón, también muere, y es por su hijo. Y queda Creonte y la tragedia viva: su vida.
 

Las representaciones trágicas tenían reglamentos y una preparación específica de los poetas y los actores. El Estado era el encargado de seleccionarlos y prepararlos. Durante los primeros tiempos, los poetas eran los actores mismos y, más adelante, Esquilo agregó un actor mas y Sófocles, el tercero. El escenario griego también tenía su manera de ser, al aire libre y desprovisto de techo. La multitud formaba círculo alrededor del lugar donde se sucedían los hechos y también contaba con una orquesta y la danza.
 

No es menor agregar que la tragedia, tal como el teatro clásico, se destacaba por su poesía. Los textos de cada personaje estaban delicadamente equilibrados entre sí. No había extremada escenografía, todo estaba en sus palabras y sus voces. Y el público, con su entero juicio, elegía creer, imaginar e introducirse en el espectáculo que empezaba a formarse. A partir de los textos que cada actor interpretaba, el público comenzaba a imaginar el contexto que se estaba proponiendo.

16 de julio de 2014

Yo estuve en el Coliseo romano

Por Luz Panizzi, actriz y estudiante de Letras

Me acuerdo de que lo primero que me asombró fue lo inmenso. El Coliseo es gigante. Gigante y hermoso, pero más gigante, como en las fotos.

Me acuerdo de que lo segundo que me asombró (y no por eso menos importante, al contrario) fue que en ese lugar gigante y hermoso lo que se hacía es bastante lejano a algo hermoso: matar gente.

El suelo, sobre el cual uno de los gladiadores perdía la lucha (en el Coliseo se batían a duelo) ya no existe más. Pero con el tiempo, los hombres reconstruyeron casi la mitad para que podamos imaginarlo mejor.

Entonces, cuando vas podés ver: el escenario (un poco menos de la mitad y reconstruído), los subsuelos y las inmensas tribunas, donde todos los espectadores ocupaban su lugar y disfrutaban el espectáculo. Sí, en ese momento, ver cómo dos hombres luchaban hasta que uno moría era un espectáculo. Pero ojo, el lugar no se podía elegir. Lo elegía tu clase social. Si eras esclavo, en el sector de los esclavos. Si eras parte del clero, en el prestigioso sector del clero, bien cerca del señor Emperador.

Me acuerdo, ahora, de que lo tercero que me asombró fue que todos saliéramos vivos. Por suerte, las miles de personas que pisamos el Coliseo y yo, no sólo no hizo falta que nos batiéramos a duelo, sino que pudimos sacar fotos, recorrer y después irnos a tomar un licuado.

Eso sí: durante todo el paseo estuve pensando y tratando de imaginar a las personas que entraron alguna vez y no pudieron salir. También, por miedo a equivocarme de lugar, preferí no sentarme en ningún lado.