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23 de noviembre de 2020

William Shakespeare (1564-1616)

Por Flavio Grieco, periodista y profesor de tenis

William Shakespeare es, probablemente, el escritor más reconocido en toda la historia de la literatura. Si bien también fue actor y poeta, su fama se debe fundamentalmente a las obras de teatro que escribió.

Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth, Othello y El Rey Lear son algunas de las más populares, todas ellas traducidas a muchísimos idiomas. Hoy en día siguen siendo leídas, interpretadas y analizadas. 

Estas obras, entre otras, son consideradas como clásicos de la literatura universal, lo que significa que no pierden su vigencia con el paso del tiempo ni su esencia con los cambios culturales. 

El eje del teatro de Shakespeare está en las pasiones humanas, en lo humanamente trágico. Abordó profundamente temas como el amor, la traición, la envidia, la ambición y la angustia existencial, y se destacó por su preciso, expresivo y elegante lenguaje. 

Para terminar, algunos datos al azar para colorear: 

• Nació y murió en el Reino de Inglaterra un mismo día, el 23 de abril del calendario juliano. Vivió, podríamos decir con exactitud, 52 años. 

• Shakespeare no fue a la universidad. Tuvo una formación básica y luego fue autodidacta. 

• Escribió 10 tragedias, 18 comedias y 10 dramas históricos. 

• Existen varias especulaciones sobre su autoría, como que en realidad William Shakeaspeare era un alias que utilizaban otros autores para ocultar sus identidades. ¿Se imaginan? Muy loco. De todos modos, ninguna de ellas tiene aceptación académica hoy en día. 

• Ninguna de sus obras fue interpretada por mujeres en su momento. Las mujeres tenían prohibido actuar, por lo que los papeles femeninos eran interpretados por varones jóvenes. Pensemos en los personajes famosos como Julieta (Romeo y Julieta), Ofelia (Hamlet), Lady Macbeth (Macbeth), etc. 

• Escribió su propio epitafio: "Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva mis huesos".

30 de julio de 2020

El Heptamerón (libro de 1558)

Por Josefina Cabrera, profesora de literatura

El Heptamerón es un libro escrito por Margarita de Navarra (1492-1549).

La estrategia literaria de la narración enmarcada (insertar historias dentro de historias) ha sido muy utilizada en la literatura, desde la Antigüedad hasta nuestros días, en grandes novelas y en textos breves. La Odisea, la Metamorfosis de Ovidio y Las mil y una noches son algunos de los textos más conocidos que utilizan este recurso, junto con El Decamerón de Boccaccio (siglo XIV). En este último, un grupo de diez jóvenes de la alta sociedad (tres hombres y siete mujeres) se pone a salvo de la peste bubónica en un lugar hermosísimo y, para pasar el tiempo, cuentan distintas historias en el transcurso de diez días.

En el siglo XVI, siguiendo el modelo de El Decamerón, Margarita de Valois y Angulema (reina de Navarra) escribe el Heptamerón (siete días). Para esta autora, los personajes femeninos de Boccaccio resultaban ofensivos; pensaba que, si los hombres, como Bocaccio en El Decamerón, escribían historias que ponían en ridículo a las mujeres, alguien debía escribir historias en las que se pusiera en ridículo a los hombres.

En la obra de Margarita, publicada por vez primera nueve años después de la muerte de la autora, un grupo de nobles cuenta historias mientras esperan que pase una gran tormenta. Como en El Decamerón, la mayoría de los relatos son de tipo amoroso. Destaco la narración V, en la que hay una fuerte crítica a los franciscanos.

“Los franciscanos que querían violar a una batelera”

En esta narración, un grupo de monjes está decidido a mantener relaciones sexuales con una batelera (mujer que conduce un batel, embarcación más pequeña que un bote): “Pero ellos no quisieron admitir la vergüenza del rechazo de la mujer y decidieron tomarla por la fuerza o, si se negaba, la tirarían al rio”. La batelera engaña a los franciscanos y logra escapar. Desde lejos, les grita: “Esperad, señores, que os consuele el ángel del Señor, que de mí no vais a obtener nada”. Cuando los hombres del pueblo se enteran del intento de violación, deciden cazar a los franciscanos. Comentan, indignados: “Estos buenos padres nos predican la castidad y después se la arrebatan a nuestras mujeres. Son sepulcros blanqueados por fuera pero están podridos por dentro”.

¿Cómo termina la historia? Los frailes fueron cazados, pero llegó su superior a liberarlos, asegurando que recibirían un duro castigo: repetir muchas oraciones. A un juez le pareció razonable y los frailes fueron encomendados a Dios Padre todopoderoso.

Esta y otras narraciones de El Heptamerón están disponibles en este enlace.

10 de julio de 2020

Cristalián de España (libro de 1545)

Por Josefina Cabrera, profesora de literatura

Don Cristalián de España, cuyo título original es Historia de los invitos y magnánimos cavalleros don Cristalián de España príncipe de Trapisonda y del infante Luzescanio su hermano, hijos del famosíssimo emperador Lindedel de Trapisonda, es una novela de caballería escrita por Beatriz Bernal (1504- c.1562) y publicada en 1545.

En la primera edición del Cristalián encontramos que la historia fue “corregida y emendada de los antiguos originales por una señora natural de la noble y más leal Valladolid”, pero no aparece el nombre de la autora. En 1587, algunos años después de la muerte de Bernal, su hija solicita un permiso para la reimpresión de la obra, agregándole el nombre de su madre.

La obra está dividida en cuatro partes y tiene alrededor de 600 páginas. En el prólogo, se cuenta que el manuscrito de la novela fue encontrado (recurso o tópico muy utilizado en las novelas de caballería):

“yendo un Viernes de la Cruz con otras dueñas a andar las estaciones (ya que la aurora traía el mensaje del venidero día), llegamos a una iglesia adonde estaba un muy antiguo sepulchro, en el qual vimos estar un defuncto embalsamado, y yo, siendo más curiosa que las que comigo ivan de ver y saber aquella antigüedad, lleguéme más cerca, y mirando todo lo que en el sepulchro avía, vi que a los pies del sepultado estava un libro de crecido volumen, el qual, aunque fuesse sacrilegio, para mí apliqué. Y acuciosa de saber sus secretos, dexada la compañía me vine a mi casa, y abriéndole hallé que estaba escripto en nuestro común lenguaje, de letra tan antigua que no parescía española, ni arábiga, ni griega, pero todavía cresciendo mi deseo y abraçandome con un poco de trabajo, vi en él muy diversas cosas escriptas, de las quales, como pude, traduxe y saqué esta historia, paresciéndome de más subtil estilo que ninguna otra cosa, donde se cuentan las hazañas y grandes hechos en armas que este valeroso príncipe don Cristalián de España y el infante Luzescanio, su hermano, hizieron”.

En otras palabras, tenemos una situación ficticia en la que una mujer curiosa, “persona de frágil sexu”, no duda en cometer el sacrilegio de chorear de la iglesia el libro que contiene las aventuras de Cristalián.

Esta novela presenta una gran cantidad de personajes femeninos, los cuales se destacan por alejarse de las convenciones. No ocupan un lugar pasivo en las historias de los caballeros, no son simples objetos de su amor sino mujeres libres e independientes. Membrina, que se convertirá en aliada de uno de los protagonistas, es “muy gran sabidora en las artes”. “Fue tanto el su saber que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviesse mando ni señorío sobre ella”. Lo mismo se dice de Danalia, gran enemiga de uno de los protagonistas. Muchos otros personajes femeninos viven grandes aventuras y demuestran sus virtudes heroicas.

Uno de los personajes más notables de la obra es Minerva, quien se dedica a tomar las armas simplemente porque tiene ganas de recorrer el mundo en busca de aventuras, como lo haría un caballero. Cuando conoce a Cristalián, lo apura de esta manera: “no he hallado cavallero que contra mí mucho en batalla pudiesse durar”. También le cuenta que cuando les preguntó a los dioses que caballero debía rescatar a la princesa Penamundi, estos le dijeron que a ella le encargarían tal empresa. Es así como Cristalián y Minerva se hacen amigues y van a rescatar a dicha princesa, batallando juntes contra los distintos enemigos que irán encontrando en el camino. Cristalián se enamorará de Penamundi y será Minerva quien interceda por él y propicie los encuentros entre los amantes.

Como en otras novelas del género las distintas historias de Cristalián de España giran en torno a las hazañas de los caballeros protagonistas, sus enfrentamientos con enemigos y monstruos, la superación de distintas pruebas y sus amores.

• Escritoras de novelas de caballería

Beatriz Bernal no es la única mujer que escribió libros de caballería. El Palmerín de Olivia (1511) y su continuación Primaleón (1512), publicados anónimamente, fueron escritos por “la señora de Augustóbrica”, de la que poco y nada se sabe. Algunxs estudiosxs sostienen que se llamaba Catalina Arias y que habría escrito las obras con su hijo, Francisco Vázquez.

A Teresa Cepeda, mejor conocida como Santa Teresa de Jesús, le encantaban las novelas de caballería y fue co-autora de una, de la que sólo quedan noticias y documentos sobre su composición. La fascinación de la joven Teresa por estas novelas peligrosas para las mujeres era tal que, a escondidas de su padre, se encerraba a devorarlas día y noche.

Se sospecha que Leonor Coutinho es la autora de una novela de caballería portuguesa llamada Cronica do Imperador Beliadro.

El primer libro de caballerías en inglés que apareció en Inglaterra, en 1578, está firmado por Margaret Tyler, quien lo tradujo del español por encargo.

• Selección de bibliografía disponible en internet:

- Bernal, Beatriz, Cristalián de España [digitalización de las obras originales. Acceso] 

- Gagliardi, Donatella: "Quid puellae cum armis?": una aproximación a Doña Beatriz Bernal y a su "Cristalián de España".Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Barcelona (acá hay muchísimos fragmentos).

- Fragmentos de la obra para descargar en formato pdf 

26 de junio de 2020

Garcilaso de la Vega (1503-1536)

Por Marilen Gennuso, estudiante de derecho

Garcilaso de la Vega fue un poeta y militar español, nacido alrededor de 1503. Educado en la Corte, sirvió en 1520 al Rey Carlos I, aprendió griego, latín, italiano y francés, así como el arte de la esgrima y algunos instrumentos.

Garcilaso es conocido por ser uno de los máximos exponentes de la lírica del siglo de oro, como también por ser pionero en introducir la poesía renacentista y los versos endecasílabos (de once sílabas).

Su obra está dotada de un tono íntimo y emocionante, diferente al de épocas anteriores, siendo el amor una de sus principales temáticas. Su principal inspiración fue la que se convertiría en su amor platónico, Isabel Freyre, de quien además vivió el desamor y la muerte, lo que se ve reflejado en algunas de sus obras, mostrando desesperanza y melancolía.

• Soneto 1

“…Ya acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme,
si quisiere, y aún sabrá querello:
que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿Qué haría sin hacello?”.

1 de agosto de 2017

Cat People (película de 1942)

Por Luz Panizzi, actriz y profesora de teatro

Lo primero que quiero decir es: me gustó. Debo reconocer que, cuando pienso en películas viejas (esta película es del año 1942), las tildo de antemano de aburridas o sospecho que el tema no me va a interesar. En este caso, eso no me pasó.

La película cuenta la vida de una chica que, aparentemente, está condenada a convertirse en una mujer pantera debido a una maldición ocurrida en su pueblo. Obviamente, ese "destino" la condena y hace que relacionarse con las demás personas y formar vínculos se le haga muy difícil, ya que la mayoría no cree en su historia.

Al final parece que todo es cierto, o no, porque la película se introduce en la psiquis de la protagonista y en cómo su temor y su angustia la van llevando a que ese presagio se cumpla.

Es interesante cómo la psicología prepondera en la historia. Además dura una hora y media, se pasa rapidísimo y la imagen es bastante buena y nítida. La verdad que sí, me gustó.

[La película fue dirigida por el francés Jacques Tourneur. En castellano se la conoce como "La mujer pantera".]

30 de agosto de 2016

Textos inéditos de Teofania Biertosz (nacida en 1931)

Teofania Biertosz es una costurera, cocinera y escritora nacida en Belarús en 1931. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina. Estos son algunos de sus textos, que cedió con la siguiente dedicatoria:

Como ya no me da la cabeza y las manos no siempre tienen fuerza, te doy lo que escribí. Hay más, pero son cuentos, chistes y dichos que no son míos.

Cómo se fabricaba la ropa en la década de 1930 (sin fecha)

¡Hola todos! Les quiero contar cómo hacían la tela en la época en que mi mamá era joven. Yo lo vi y a veces me tocaba ayudar, por necesidad o por curiosidad. Era un trabajo de mujeres.

Primero, para casarte, tenías que aprender a hacer la tela y la ropa interior para tu marido, y después para tus hijos. Tenías que teñirla con tintura, hacer ropa de vestir, toallas, ropa de cama, ¡hasta los trapos!

Lo primero era compartido con el hombre: tenían que plantar la semilla de lino. Se sembraba como el trigo y la cebada. Se la cuidaba bien de los yuyos y tenía más o menos un metro de altura. Tenía que madurar bien para poder sacar buena semilla para el año siguiente.

Se cosechaba con raíces para no desperdiciar el tallo. Lo que se sacaba se ponía en el mismo campo en forma de alfombra para que se secara bien. Después, con mucho cuidado, se lo levantaba y se le sacaba la semilla, y se los ataba para poder guardarlos en algún lugar seco.

Una vez terminada la cosecha, sigue el trabajo con el lino, ya con la nieve en la cabeza. Unos cuantos vecinos tenían, en la sociedad, una casita fuera de la aldea a la que llamaban "secadero de lino". Ahí había un horno grande, quemaban mucha leña e iban turnándose y ayudándose para secar bien la hoja de lino. Tenían una herramienta para golpear el tallo hasta sacarle la cáscara.

Después, golpeaban con una especie de machetes de madera para que se despegara y quedara la fibra; e iban cepillando, con cepillos hechos de clavos, hasta formar algo como algodón.

Mamá, con eso, hacía el hilo fino; y nosotras, las hijas, hilo más grueso para la ropa de cama o para bolsas. Una vez terminados los hilos, se ponían en un telar y se hacía la tela.

Yo lo hacía cuando tenía 4, 5 años. A los 6, nos fuimos a América y no lo hice más.

El agosto feliz (escrito el 18/8/2005)

Hay muchos recuerdos no agradables de los agostos, pero uno lo recuerdo muy bien. El día y la alegría que tuvimos es el agosto de 1967. Vivíamos en Ukrania y esperábamos con mucha paciencia, después de casi siete años, poder volver a Argentina. Esa Argentina que dejamos en 1956, en marzo.

Nos costó mucho acostumbrarnos a la vida de la URSS. Esa vida dura y fría. La gente que se fue, como nosotros, empezó a volver. Algunas tenían familiares, era más fácil. Nosotros, en cambio, tuvimos que esperar a que algún pariente que tuviera hijos argentinos volviera. Así, en cadena, uno llamaba al otro, "ya nos engancharemos nosotros para hacer una llamada a la Argentina, para poder apoyarse en algo, hacer los documentos".

Y así llegamos, hicimos todo, nos faltaba la entrada al país y que el consulado argentino nos avisara desde Moscú que podíamos salir.

Bueno, era un 18 de agosto. Domingo. Encima feriado, el día que bendecían las manzanas. No se festejaba mucho porque estábamos bajo comunismo, y eso pertenecía a la Iglesia. Pero la gente, en los barrios o aldeas, poco le daban bolilla a eso y se hacían un huequito para la tradición.

Había un cumpleañitos de un chico vecino nuestro. Aprovechamos el festejo, aunque no se festejaban los cumples. Como el cartero no tenía feriado ni domingo, nos trajo una carta. Fuimos a casa, nos encontramos con la esperada llamada, el aviso del consulado. De tanta alegría, nos olvidamos de que era un secreto: gritamos con mi marido, lloramos y tuvimos que repasar todo lo que no contamos.

Claro, los vecinos eran buenos y nos entendieron, pero igual fue como que los despreciamos. No queríamos vivir donde vivían ellos. Y bueno, qué le vas a hacer, alguna aventura en la vida hay que hacer, y acá estamos: de nuevo en Argentina.


Ezeiza (escrito el 14/10/2006)

Linda fecha, lindos recuerdos. Aterrizamos en Ezeiza, hace 39 años. Día de felicidad porque ya se terminó el viaje que tanto esperábamos. Eran muchos años y también había tristeza porque dejamos a nuestros vecinos, y yo a mis seres queridos, para siempre.

Nadie pensaba que se iba a poder viajar de un lado al otro del mundo. Tuvimos la posibilidad y parece que fue ayer.

Mañana, mis queridos hijos Elvira y Alberto cumplirán treinta años de casados. Cuántas luchas, cuántos obstáculos hay que saltar, cuántos disgustos hay que aguantar, pero llegaron, a pesar de todo. Con sacrificio, con paciencia y con mucho amor, todo se puede.

Casamiento desapercibido (escrito el 31/1/2007)

Hace 55 años también era un día caluroso, y yo me casaba. Pero no en el registro: no tenía documentos y tuvimos que casarnos primero en el consulado de la URSS.

Nos fuimos porque así era más fácil, sin problemas y sin faltar al trabajo. Fuimos los dos, Víctor y yo, nadie en casa se había enterado. Papá fue el único, porque tenía que firmar. Nosotros volvimos a casa con la polvareda caliente del sol que, cuando pisabas, hasta la cara te llegaba.

En casa nadie nos esperaba, ni siquiera el agua fría. Teníamos una bomba de agua salada, para más no había plata, porque lo que había era para la fiesta del sábado. Salió una inquilina que vivía en la misma casa, nos felicitó, y eso era todo.

En casa, todos ajenos a todo eso. Víctor no tenía familia, sólo un hermano. Yo tenía a mis hermanas menores, pero no sé si se daban cuenta de todo. La mayor era tan sobradora en sus palabras: hasta cuando me medía el vestido blanco que ella me hacía. Era tan pesado que no me lo quería poner. Ese fue mi día feliz.


Sentirte triste a los 75 años (escrito el 2/2/2007)

Con 33 grados de calor, todo en silencio. Yo, como siempre, después de la siesta, sentada, pensando y repasando mi vida. Ya tengo 75 años y hoy cumplo 55 de casada. Es mucho, ¿no? Pero no encuentro un día de felicidad. Hubo muchos días en los que supuestamente tenía que estar feliz, pero si lo fui no es por algo de mi vida, sino de la de mis hijas.

De la mía no recuerdo nada feliz, ni siquiera el día del casamiento. Todo fue como una obligación, un compromiso, una carga que uno se ponía en la espalda, sin ninguna ayuda, y todo porque así es la vida: escoger una persona, firmar un papel, agarrarse del carro y tirar sin pensar que alguien tiene que empujar ese carro para que te sea más liviano.

Así fue toda la vida. No se podía ser feliz porque sólo debés serlo por dentro, no tenés que reírte o divertirte: eso no, porque tenés hijos y marido. Y reírse solo con el marido no es diversión, es sólo una responsabilidad más, o sea un agregado más para los celos. Por eso no encuentro un día en el que haya sido todo feliz.

Pensaba que había sido muy buena para elegir vivir, atenta a todo, a atender el marido, criar bien las hijas. Bueno, esa no era la pesadilla, eso lo hice con mucho cariño, aunque no sé bien que es cariño porque no lo tuve, no tuve una palabra cariñosa ni un abrazo cariñoso, todo era por obligación.

Pero acá estoy, con mis 55 años de sacrificio, la espalda siente mucho cansancio. Yo todavía estoy esperando a ser feliz, hacer lo que deseo, no estar ahogada ni de celos ni de incomprensión. Aunque sea en la vejez, ser valorada.


Soñar con los que ya no están (escrito el 29/9/2007)

Hoy era una buena tarde, de mucho esperar. Vino mi amiga de hace 60 años, hemos charlado tomando mate y brindamos por los 40 años que pasaron desde que dejé mi casa en Ukrania, donde viví casi 11 años.

Recordamos nuestra niñez, cómo íbamos descalzas al colegio, cómo trabajábamos en la chacra, y cuando íbamos a bailar. También que no conocíamos las fechas de los cumpleaños. Aunque eso nadie lo va a creer, es verdad, porque nadie nos enseñó, ni a cómo ver la hora en un reloj: yo lo aprendí a los 18 años, cuando vine a Buenos Aires, porque antes vivimos en Paraguay, desde 1938 hasta 1949.

Refrescamos las cabezas y después, el miércoles, fui a su casa porque ella tenía una verdura para sopa y en mi quinta se secó. La fui a buscar y seguimos con nuestros recuerdos. No piensen que no nos vimos durante 10 o 20 años: nos vemos cada mes y nos hablamos por teléfono. Tenemos mucho para hablar porque ya somos bisabuelas; pero eso me removía tanto la cabeza que a la noche siguiente soñé con mi casa de Paraguay, donde viví desde los 6 años hasta los 13.

Estuve todo el día llorando por el sueño. Vi a mis padres, que estaban allí en el pueblo. Yo, preparando a mis tres hermanitas para ir con ellas, para que nos vieran aunque sea un poco (ellos están muertos).

Era un sueño y, a esa altura de la vida, allá en Paraguay, vi que delante de mi casa pasaba el colectivo. Nos preparábamos y contamos cuánto saldría pagar el boleto para mí y mis tres hermanitas. Pero no lo logré, y los viejos cambiaron de lugar y no nos hablaron.

Me desperté sin nada, sólo lágrimas. Las que no cayeron me quedaron en el pecho para todo el día. Por eso quiero escribir: para provocar esto, romper el globo de lágrimas en el pecho. Lloré, lloré y sigo llorando. Es un sueño, pero también son mis padres.

Gracias por leer. Vos leé y yo voy a seguir llorando, así alivio el alma. Yo soy Baba.


Ser mujer en los años 50 (sin fecha)

¿Y qué es ser feliz, qué significa esa palabra? Creo que la estoy estudiando con mis nietos, estoy aprendiendo. No sé seguro, pero quiero creer que cuando los veo sonreír estoy feliz, siento algo distinto a todos los días.

De tristeza sé mucho, de que me traten de inútil, de mala y mentirosa, de estorbo en la familia. Esto no era ni es nuevo. Nunca en nuestra familia, ni la que heredé por parte de mi matrimonio, fue lo mismo. Tampoco en mi matrimonio fui feliz, trataba de ponerme en el lugar de la mujer fiel y decente, trabajadora, buena madre, que cocinara todo bien aunque hubiera sólo papa, pepino y un kilo de tocino por semana. Que fuera como un banquete.

Claro, sin gente: nunca le gustaba que alguien viniera a participar. Esa cara de no querer a nadie y llena de celos en cada palabra. Yo aprendí bien: si querés que nadie de tu familia o de tus vecinos conozca tu vida, boca cerrada. Y si abrís, todo con sonrisa y dulzura.

Por el lado de mi familia estaba mejor, estaban lejos y por eso no sé qué es "feliz". No había palabras cariñosas ni compartía conversaciones felices. Si se trataba de salir, de eso olvidate, el hombre tiene que dormir porque trabaja.


Para mi nieta Gaby (escrito el 24/6/2005)

Parece hoy, pero ya son cinco años, si no me equivoco, que mi nieta se fue a Bariloche, y le falta un mes para cumplir 23 años.

Ojalá que estos 23 añitos cambien el rumbo de su vida. Si yo pudiera soplar el viento para el lado de la suerte, ¡cómo lo haría! Lo giraría 180 grados al norte, le cambiaría todo si es lo verdadero que ella siente.

Dios, quiero verla feliz comenzando la vida, que le sirvan esos 23 añitos y muy bien. Bueno, vieja, falta un mes. Aguantá y después verás cómo se porta el año número 24.

Chicos, los quiero mucho, no sé qué será de todo ese querer.

Para mi nieta Vane (escrito el 20/1/2007)

Y ya llegamos, Vane. Nuestra alegría, de toda la familia. La chispita que se prende cuando ve que el fuego se apaga. Ella está lista para divertirnos y ya cumplimos un cuarto de 100. Ojalá que te vea unos cinco más. Bueno, eso no se sabe.

Querida Vane, disfrutá tu vida, lo que puedas. Lo único bueno es divertirse disfrutando, trabajando en lo que querés; y yo te veré sonreír y estaré feliz.

Chicos, eso va para todos: no quiero mucho, no les pido mucho. Un abrazo muy fuerte y una sonrisa natural, sin prefabricar. Eso me alcanza: que sean felices. Y yo lo seré viéndolos.


11 de agosto de 2016

Graciana Tripodi (1931-2007)

Por Gabriela Fernández, técnica en bioquímica, aficionada a la Egiptología y amante de las sorpresas

El 15 de febrero de 1931 nació, en Lomas de Zamora, la cuarta y última hija de Francisco Tripodi y Concepción Alvaro: Graciana Tripodi. Mi madre.

Según decía ella, tuvo una infancia y adolescencia felices. Según lo veo yo, no tanto. En quinto grado la sacaron del colegio porque tenía que ayudar a su mamá, y sus dos hermanas mayores salieron a trabajar. A los 19, perdió a su madre. Difícil debe haber resultado ser madre cuando no se pudo ser hija, ¿no?

Se casó con mi papá, tuvo dos hijas. Se dedicó a ellos... y a luchar con sus demonios. Ganó al enfrentar a algunos. Perdió por knock out enfrentando a otros. Fue una persona feliz en su pequeño mundo. Vio a sus nietos nacer. No los disfrutó demasiado tiempo, pero algo sí... No lo suficiente, creo yo.

Un día, un 11 de julio para ser más exactos, se rindió. Se fue de este mundo creyendo, por momentos, que yo era su hermana María; que estaba viviendo en la casa de mi hermana. No le quedaba claro si tenía hijas. De a ratos sí, de a ratos no. De lo que sí se acordaba, y muy bien, era de sus nietos. Los nombraba uno a uno y por orden de edad. Incluso, por dos minutos de diferencia, Valentina es mayor que Máximo, y así los nombraba: Sofía, Delfina, Valentina y Máximo.

Una tarde, tomando la merienda, se fue. Tranquila. No sé si fue justa la vida con ella. Yo creo que no. Que fue bastante ingrata y avara.

Fue la mujer más trabajadora que conocí. La más incansable. La que cocinaba rico como nadie. La que fue mi madre. La que, como ella decía, "hizo lo que pudo". Quizás no le agradecimos lo suficiente. Quizás fue feliz a su modo. Lo que sé es que, de un día para el otro, se fue a su propio mundo. Y después... Después se fue del suyo y de este.

La extraño. Me gustaría tenerla para pedirle consejos, ayuda, para contarle lo que hago. Para compartir un mate feo, frío y lavado, como solía cebar. Ojalá lea esto, desde donde esté...

10 de agosto de 2016

Francisca García (nacida en 1931)

Por Leandro Ramosescritor, profesor de literatura e integrante del Movimiento Etiopía

Al principio, reconstruimos la historia de nuestros abuelos en base a las anécdotas que nos cuentan. Francisca, mi abuela, cuenta anécdotas inocentes, casi siempre las mismas, como que le hizo el vestido a mi vieja basado en el personaje de la película Sabrina o que leía El Conde de Montecristo todas las tardes mientras mi bisabuela creía que dormía la siesta.

Ella nació en Córdoba, allá por 1931, en otro tiempo y otro mundo. Lo que más resalta de su persona es una gran imaginación y una capacidad de hablar con diversión y ánimo casi infantil sobre cualquier cosa: la carita del perro del almanaque, el frío que sintió en la nariz el otro día que salió a la calle o la forma que tiene el tomate que sacó de la heladera.

Claro, así como se divierte con nada es capaz de enojarse con la misma facilidad. Y, lo que es peor, la imaginación, que antes era una virtud, se convierte en un gran defecto cuando da rienda suelta a sus delirios de persecución y conspiranoia. El vecino de abajo adquiere, de esta manera, las dimensiones de un narcotraficante colombiano o un terrorista musulmán del isis.

Creo, como sostuvo Borges, que la vida de una persona puede reducirse a uno o dos actos significativos. Esto no significa que en todas las personas sea posible tal reducción, sino que existen algunos casos en que esto es posible. Diría que la vida de Francisca es uno de estos casos y ella se encarga de confirmarlo. Hay dos cosas que cuenta con lágrimas: que comenzó a trabajar a los 12 y que su madre falleció cuando tenía 13. Resulta increíble pero fue así.

Desde los 12 años comenzó a ir al taller de costureras, y desde esa edad hasta los 28, cuando se casó, sólo trabajó. Trabajaba. Todos los días. Trabajo y más trabajo en la edad en la que todos vamos a la escuela, nos divertimos, hacemos amistades, vamos a la facultad, nos enamoramos, etcétera. Trabajo y más trabajo.

Por esto es que la quiero a pesar de que me venga siempre con que el gordo de abajo se droga o la persigue cuando ella va a pagar la factura de luz. Y trato de recordarlo siempre: quiero mucho a Francisca porque vive cada momento, cada detalle, como si tuviera los 15 años que le faltaron por no tener otra opción que pasarse los días encerrada en el taller de costureras.

17 de junio de 2016

Adiós a las armas (Ernest Hemingway) [1928]

Adiós a las armas es una novela escrita por el estadounidense Ernest Hemingway. Fue publicada en el año 1928.

• Comentario de Gabriela Fernández, amante de las sorpresas

Fue un libro que leí, creo, a los 18 o 19 años. Me lo prestó mi prima. Lo empecé a leer un día que me quedé a dormir en su casa.

Quizá por mi edad, recuerdo que era una historia de amor (si lo hubiera leído cuando era más grande, hubiera descubierto algo más, seguramente). Recuerdo que era en Italia, durante la Primera Guerra Mundial. Un sargento que se enamora de una enfermera. Él era norteamericano.

No había mucho relato de guerra... Sólo una historia de amor. Mi tío era italiano y estuvo en la segunda guerra. Viéndolo a la distancia, qué fuerte debe ser para un hombre que vivió una guerra leer un libro así, ¿no? Sólo recuerdo eso: un amor en medio de la guerra.

• Comentario de Federico Estévez, alumno del Instituto Parroquial Canónigo Honorario Mario Fabián Alsina, lateral derecho del equipo escolar, rústico como fabrica taladora de árboles

Hice un trabajo práctico sobre Adiós a las armas. Al principio, el libro me pareció medio denso y me mareaba cuando el protagonista tenía como tres nombres.

Me enganche un poco después, cuando Federico/Henry se enamoraba de Catherine, pero era en el contexto de la guerra, y es como que al principio Henry/Federico no la amaba de verdad, porque su objetivo no era el amor sino la guerra. Henry era americano y fue a pelear por otro país, y Catherine era enfermera.

En un momento, aunque Catherine no sentía cosas por Henry/Federico, él le dice: "Vos sos mi religión" a Catherine (vale aclarar que Henry/Federico era ateo). Esa fue la parte que más me llamó la atención.

El final no me gustó, porque no me gustan los finales trágicos.

15 de mayo de 2016

El último paraguayo (Leandro Ramos) [2014]

[El último paraguayo es un texto escrito e ilustrado por el argentino Leandro Ramos en el año 2014; y reformulado por su amigo Martín Estévez en 2016]

Marco, nunca jamás en la vida, había sufrido tanto en la camioneta. Viajó apretadísimo, con las rodillas flexionadas hasta el pecho, con el cuerpo entumecido. Pero por suerte ya estaban llegando. La visita a Paraguay era una tradición de la familia Estigarribia, aunque esta vez el motivo fue triste: la enfermedad del viejo Agustín. En él pensaba Marco, en su abuelo, en toda la energía que tenía el año pasado.

La tía Estela les había comunicado por teléfono que su salud andaba mal. Marco sabía qué era la muerte: el año pasado, allá en Buenos Aires, habían asesinado a balazos a Brian, su compañero de colegio.

—Hace dos días que le cuesta levantarse -les dijo Estela apenas bajaron de la camioneta. El abuelo, igual, sonreía. Esa noche, incluso, comió en la mesa, impulsado por la presencia de sus únicos nietos, y repitió la historia de su tío:

—Fue el último caso de muerte por viruela. Se la llevó él, de tan valiente que era.

La noche siguiente, lo llevaron al hospital: tosía sangre, no podía comer. A las tres de la madrugada, Marco se quedó solo con su abuelo, anestesiado. Paraguay no le gustaba. El abuelo comenzó a susurrar cosas.

—¿Hace calor, Marquitos? -fue lo primero que entendió.

Le avisó a la enfermera que el abuelo tenía calor. El viejo agradeció. Marco sufría. Quería salir corriendo.

—Quiero contarte lo del Cerro Corá, Marquitos. ¿Hay tiempo?

—Sí –respondió seco.

—En el Cerro Corá no había tiempo. La guerra se terminaba, y lo que termina, todos se lo olvidan. En esa guerra, Marquitos, el olvido y la mentira fueron la misma cosa. La misma.

Marco sabía la historia. Un tatarabuelo de su abuelo, Agustín Estigarribia, había estado en esa guerra. El abuelo la había contado de muchas formas diferentes.

—Hacía calor, Marquitos. Hacía cinco años que tres naciones se habían unido para destruir al Paraguay. Los brasileños apuraban nuestra retirada. Cuatro mil quinientos soldados brasileños contra cuatrocientos cincuenta defensores paraguayos, que ya no podíamos defender más que nuestras vidas.

“Podíamos”, dijo el abuelo. Marco se dio cuenta.

—La retirada es lo más doloroso. Ninguno mira para atrás. Los invasores acusan a nuestro presidente, Francisco Solano López, de tirano. Todas mentiras. Él mismo nos lidera. La mitad de nuestras fuerzas son mujeres, viejos y chicos. Tenemos miedo. Sólo cincuenta de los que quedamos somos soldados de verdad. Me parece que soy el único que está en la guerra desde el prinicipio. Estuve en el Mato Grosso, en el Iberá, en Tuyutí...

El abuelo tenía los ojos cerrados.

—En el Cerro Corá, soy el último de la fila. Está bien morir al final, porque después la angustia termina. No hay nada peor que saber que, después de que te maten, la guerra y los asesinatos van a seguir. Entonces es mejor así. Los brasileños están cerca. Tenemos que organizar una línea de defensa, la que podamos. Las mujeres y los chicos se niegan a escapar. Quieren luchar con nosotros. Mientras en la Argentina y en el Uruguay ya nadie recuerda esta guerra, el Brasil está deseperado por nuestra eliminación total. La batalla final empieza. Pero ya ni odio nos queda. Ni odio ni razones. La guerra lo destruye todo, incluso a los brasileños, pero no se dan cuenta.

Respira fuerte, raro.

—Ya nos están matando. Fernández, el coronel Caminos, el general Francisco Roa, Benigno Campos. Les veo los ojos mientras mueren y no puedo hacer nada. Francisco Espinoza, antes padre de una parroquia, maldice a los porteños traidores. Cubro la huida de un grupo de mujeres y, al volver, la guerra está perdida. Solano López se mantiene sobre su caballo y los brasileños lo rodean. Lo tumban. Agarran a su esposa. Él grita: “¡Muero por mi patria!”. Y no muere: lo matan.

Marco pensó en llamar a la enfermera.

—Quedábamos diez. Diez paraguayos. No aguantamos mucho. De pronto fuimos dos, reconocí a mi compañero. Lo había visto tantas veces, pero nunca conversamos. Parecía de mi edad, tenía un poco mi cara. Maté a un soldado brasileño demasiado confiado, pero mi compañero muere. Estoy solo. Te juro que lo pienso: soy el último paraguayo en tierra paraguaya. Es lo último: una bala me revienta por el costado. La muerte me recorre, y no duele. De pronto estoy corriendo por la orilla de un arroyo, Marquitos, corro por la orilla de un arroyo.

El abuelo levantó la voz. La enfermera se acercó.

—Los brasileños festejan. O alguno me alcanza o me voy a morir desangrado antes de llegar a esos árboles. No sé por qué corro, pero corro. No quiero morir postrado. ¡Corro, Marquitos, corro! No hay que morir sin emoción.

El abuelo sonreía. La enfermera le clava una aguja con algo.

—Qué lindo el sol, Marquitos. Acá va toda mi sangre de una vida. No quiero morir como en estos meses. ¡No quiero morir como un muerto!

El abuelo no habla más. Agustín Estigarribia no habla más. Marco aguanta llorar. Su mamá entra a la sala. Marco sale. Camina hacia la casa. Afuera, los nombres de las calles se parecen a los de la historia de su abuelo. Vuelve a aguantar el llanto. Sin saber por qué, recuerda a Brian, su compañero del colegio. Muerto a balazos, allá lejos, en Buenos Aires.

1 de abril de 2016

El proceso (Franz Kafka) [1925]

Por Leandro Ramosescritor, profesor de literatura e integrante del Movimiento Etiopía

El proceso es, quizás, la novela más famosa de Franz Kafka, publicada luego de su muerte en 1925 por iniciativa de su mejor amigo.

Es la novela kafkiana por excelencia. En ella se ven todas las características que hicieron famosa su obra y que rompieron con la estructura del realismo imperante en las novelas escritas hasta ese momento.

En primer lugar, no hay motivación psicológica en los personajes. Es decir, su accionar es inexplicable en muchas ocasiones. Además, la realidad ya no es el referente del texto: muchas veces los ambientes son de ensueño y tampoco responden a una estructura lógica. El narrador, por otra parte, nunca se preocupa por dar explicaciones de lo que sucede; al contrario, naturaliza hechos inexplicables o se detiene en cosas que no son relevantes.

Estas características son algunas de las que se destacan en una historia que exagera las incoherencias y la irracionalidad de una sociedad dominada por un sistema burocrático que resulta asfixiante.

La novela es muy buena y es un clásico de la literatura moderna, pero hay que saber de antemano cuál es el estilo con el que uno va a encontrarse para evitar falsas expectativas.

21 de marzo de 2016

La madriguera (Franz Kafka) [1923]

Por Leandro Ramos, escritor, profesor de literatura e integrante del Movimiento Etiopía

La madriguera, a veces titulado La obra, es un cuento bastante largo y no muy conocido escrito en 1923 por Franz Kafka.

Tuve la oportunidad de leerlo hace unos años, mientras viajaba en micro a Mendoza con mi amigo Andrey. Su lectura fue memorable: nos alternábamos una página cada uno, leyendo en voz alta y molestando a los pasajeros circundantes durante las cuatro horas y media que habremos tardado en leer el relato.

Por fuera de lo divertido de las circunstancias, el cuento me gustó mucho. Trata de un largo monólogo de un animal pequeño, que yo imaginaba como una especie de castorcito, con evidentes delirios de persecución y que construye incansablemente una madriguera para protegerse.

A primera vista, como todo en Kafka, parece no tener sentido: el pequeño animal no termina nunca de construir su pequeña madriguera y el supuesto peligro jamás aparece. Entretanto, el protagonista sufre muchísimo su condición de desprotegido y amenazado. Por lo que leí, algunos afirman que es una metáfora de su propia obra o que está relacionado a la civilización que construye el hombre, ideas que mucho no me convencen.

Kafka dota al pequeño roedor de un pensamiento humano, y lo que destaca de este pensamiento es el miedo constante a amenazas que no existen. El tema es que este miedo es el motor para crear una gran y perfecta madriguera, y esta construcción da sentido a la vida del pequeño mamífero, de la misma manera que nosotros damos sentido a nuestras vidas creándonos muchas veces problemas que no existen.

Claro, ésta es mi lectura, así como puede haber otras igual de válidas, y lo genial de Kafka es precisamente eso: sus cuentos abren un abanico infinito de posibilidades que el lector debe completar con su imaginación.

20 de marzo de 2016

Marco Denevi (1922-1998)

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

Dicen que la buena literatura es la que mejor engaña y, en este sentido, pocas novelas se burlaron de mí tan bien como Rosaura a las Diez. La obra fue escrita por Marco Denevi (1922-1998) y es casi como ver una buena peli de esas que empiezan re aburridas y después no querés que se terminen.

Ténganla en cuenta para cuando se rompan los ligamentos de la rodilla y no sepan qué hacer de sus vidas.

Eso nomás.

10 de marzo de 2016

Felisberto Hernández (1902-1964)

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

Felisberto Hernández fue un escritor uruguayo nacido en 1902 que comenzó su carrera tocando el piano en cines mudos de Montevideo. De hecho, tiene varias composiciones para piano, pero no son tan conocidas como sus libros.

En sus inicios fue bastante incomprendido por la crítica y la mayoría de sus lectores, debido a que era un escritor de las denominadas vanguardias literarias.

Algunos dijeron que la suya es literatura fantástica, pero les puedo asegurar que nada que ver. Las obras de Felisberto responden más a un modo que algunos teóricos dieron en llamar absurdo generalizado, modo que nos presenta siempre historias donde predomina la alienación, la incoherencia de un mundo ficticio y la fragmentación de la realidad.

Para decirlo en otras palabras, en una lectura rápida y superficial no se entiende nada, pero leyendo sus textos detenidamente resultan geniales.

 Este año tuve la suerte de leer sus primeras cuatro obras: “Fulano de tal”(1925), “Libro sin tapas”(1929), “La cara de Ana”(1930) y “La envenenada”(1931). La brevedad de todos estos textos, junto a su humor y su lenguaje muchas veces coloquial, hizo de Felisberto uno de mis autores preferidos. ¡Pero ojo! Es un autor muchas veces complejo en lo absurdo de sus abstracciones. Lo recomiendo para los que gustan de literatura de vanguardia.

4 de marzo de 2016

Demian (Hermann Hesse) [1919]

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

Demian es una de las obras más conocidas del escritor alemán Hermann Hesse, escrita en 1919 en el contexto de la Primera Guerra Mundial, lo cual es importante; no tanto para comprender la obra, sino para valorarla de algún modo.

La leí porque me gustó mucho una obra posterior de este mismo autor que yo había leído antes: Siddartha. Lo que dice wikipedia es que es una novela de formación (o aprendizaje), ya que nos relata la vida de una persona desde que es pequeña hasta su madurez. Agrego, por mi parte, que es una novela moralista, ya que intenta demostrar lo que está bien y lo que está mal, y testimonial, ya que resulta indudable que tiene mucho de autobiográfico.

Para ser sincero, la novela no me gustó ni un poco. Si la van a leer creyendo que van a encontrar algo de Siddartha, les aconsejo que no lo hagan.

Me parece que Hesse se encontraba en una etapa de búsqueda espiritual cuando la escribió, porque la base filosófico-religiosa es totalmente diferente en una novela y en otra.

No hay nada de la armonía y la paz budista que se encuentran en Siddartha. Por el contrario, en Demian, el personaje principal llamado Sinclair se va dando cuenta, mientras crece, de que hay una especie de casta “superior” de iluminados que entienden más que el resto y que creen en un dios llamado Abraxas. Este dios es una conjunción de lo bueno y lo malo; y comprenderlo te lleva a un conocimiento elevado de las cosas.

En Demian, el argumento es malo y el trasfondo ideológico es peor. Resulta evidente que, durante estos años, el terrible conflicto internacional impactó muy negativamente en el escritor alemán.

10 de diciembre de 2015

Robin Hood (siglos XIII y XIV)

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

En la historia de la humanidad hubo muchas personas de bien, las cuales, ante la injusticia de las autoridades y las instituciones, no podían reaccionar sino a través de métodos algo violentos pero enormemente justificados. El primero y más famoso es un personaje conocido por todos: Robin Hood.

Lo que Robin hacía junto a sus compañeros era asaltar a los ricos que atravesaban el bosque de Sherwood en Inglaterra, allá por el siglo XIII o XIV (depende las diferentes versiones); evitaba las muertes y ofrecía hospitalidad, dinero y protección a quienes lo necesitaran.

Muchos dicen que estaba inspirado en un bandido italiano llamado Ghino Di Tacco, pero les puedo asegurar que nada que ver, primero porque Ghino nació en la segunda mitad del siglo XIII, época de la que procede la tradición inglesa (recordemos que, en la Edad Media, Inglaterra e Italia eran países mucho más desconectados); y segundo, porque la leyenda dice que Ghino terminó aceptando el perdón y los favores del papa, y terminó su vida siendo parte de la nobleza (clase privilegiada), algo que el buen Robin jamás hubiera tolerado.

Mi parecer es que forajidos justos como Robin abundaban en Inglaterra y demás países oprimidos por la Iglesia, por los emperadores y los nobles locales. Es una opinión que apela al sentido común: ¿cómo imaginar que todo un pueblo aceptara pasivamente regímenes tan desigualitarios, déspotas y cruentos como los habidos en la Edad Media?

La ausencia de sus identidades en la Historia es algo predecible, pero hay ejemplos posteriores como José María “el Tempranillo”, quien asaltaba a latifundistas en la España del siglo XIX y repartía el dinero en los poblados cercanos; o Segundo David Peralta, alias “Mate cosido”, que robaba a empresas internacionales en la Argentina del siglo XX y jamás mataba a nadie.

Es bueno recordarlo: detrás de su arco de madera de arce, su amor por Marian y la compañía de Pequeño Juan y el fraile Tuck, Robin encarnó el ideal de justicia de la clase oprimida.

7 de diciembre de 2015

Anteojos (1280)

Los primeros anteojos comenzaron a fabricarse en Italia en el año 1280. Parece un montón de tiempo (más de 800 años), pero no es tanto. Piénsenlo: el ser humano existía desde decenas de miles de años, y escribía desde el 3600 a.C. O sea que, durante al menos 4800 años de "civilización", los que veían mal, veían mal. No había nada que hacerle.

Había que cazar, recolectar frutas, sembrar, atravesar ríos, luchar. Y, si veías mal, todo era un poco a ciegas, todo era tres veces más peligroso. Es cierto que había atenuantes: seguramente la vista se dañaba menos, porque no existían la televisión ni la computadora; y la esperanza de vida era de unos 30 años, así que no era mucho el tiempo que pasaba entre que empezabas a ver mal y, por algún motivo, te morías.

De todas formas, homenajeamos con este post a todos los que vivieron antes del año 1280 sin la esperanza de volver a ver nítidamente; y muy especialmente a los que, todavía en el siglo XXI, tienen problemas en la vista y no pueden comprarse anteojos por culpa del sistema capitalista y de todos aquellos que lo sostienen.

Un último aporte: ante la pregunta "¿Cómo sería tu vida sin anteojos?", dos colaboradores de este blog nos dieron su testimonio.

No seguí un buen consejo, por Tatiana Sawicki

Yo los empecé a usar casi a los 54 años para no "forzar" la vista de muy cerca... El oculista me dijo: "Seguí haciéndolo. Una vez que te los ponés, no te los sacás más". No le creí... ja... tonta de mí. Ahora, para ver de muy cerca, los tengo que tener sí o sí, ni achinando los ojos puedo ver. Mi vida sin ellos sería triste porque no me permitiría leer ni escribir cosas como esta, por ejemplo.

El problema de una tribuna llena, por Pablo Aro Geraldes

Empecé a usarlos para ver de lejos a los 16 años. En 1988 estaba en La Bombonera, repleta y con amagues de avalancha: decidí sacármelos, por precaución. No distinguía a Marangoni del Coya Gutiérrez.

2 de noviembre de 2015

El faro del fin del mundo (Julio Verne) [1905]

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

El faro del fin del mundo se destaca por estar ambientada en territorio argentino. No obstante, es una de las novelas más pobres del escritor francés Julio Verne.

Por lo poco que recuerdo, aborda la historia de una expedición marítima que quiere penetrar por algún estrecho cercano a Ushuaia, amenazado por piratas.

Podría decirse que la obra pertenece al género de aventura, y que carece del elemento de ciencia ficción que tan famosa hizo a su obra en general.

Si quieren leer a Verne, les recomiendo comenzar por algún otro título. Sus ventajas: es breve y de lectura ligera.

26 de octubre de 2015

Viaje a la Luna (1902)

Viaje a la Luna es una película estrenada en 1902 y dirigida por el francés Georges Melies. Dura 13 minutos.

Se trata de un grupo de astrónomos que intenta viajar a la Luna. Allí encuentran seres con los que tendrán serios problemas.

Comentario de Gloria Cerrillos, ama de casa, investigadora psicosocial e integrante de la Biblioteca Popular Julio Cortázar:

Lo poco que se es que Melies era muy creativo y que se fabricó una especie de invernadero, así trabajaba con luz natural. No recuerdo en qué circunstancias se preservó esta copia, lo cierto es que Melies se retiró de su trabajo creativo tras la gran depresión que le produjo el incendio de su invernadero.



23 de octubre de 2015

Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944)

Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura

Como tengo los ligamentos de la rodilla rotos y no tengo idea de cuándo me voy a recuperar, me consuela leer historias de tipos que la pasaron peor que yo.

Éste es Antoine de Saint-Exupéry, un escritor y piloto francés que nació en 1900 y desapareció misteriosamente en 1944 de la forma más literaria que se le ocurrió. Ya estaba viejo y había sufrido varios accidentes cuando realizó su último vuelo de reconocimiento, del cual nunca regresó.

Aparte de la conmovedora obra El principito tuve la paciencia de leer Vuelo nocturno, una novela que presagia de alguna forma su propia muerte, ya que el protagonista, Fabien, se pierde en una tormenta en la Patagonia.

Antoine de Saint-Exupéry escribía siempre desde sus experiencias; y de su vida uno aprende que en la adversidad se forjan los espíritus más nobles.

Al final, qué bueno es haberme roto la rodilla: no sólo podré escribir la historia algún día sino que también me va a hacer mejor persona.