Seguro te pasó alguna vez. Escuchaste una historia, algún dato, y te preguntaste: ¿Cómo nunca supe eso? ¿Por qué no vi esa película? ¿Dónde se aprende a hacer esas cosas? ¿Cómo es que todos saben eso y yo no? Tuviste la sensación de ignorar algo que deberías saber.
No es culpa tuya. El conocimiento es infinito y no sólo existen cosas que no sabemos: ignoramos la gran mayoría de los conocimientos posibles. El 99,999% de lo que sucedió en el universo será siempre un misterio para nosotros.
Entonces aparece el consuelo posible: saber lo básico. Aprender, al menos, cuándo vivieron los dinosaurios, los nombres de los países o cómo cambiar una lamparita. Ese es el objetivo de este blog: contarte, con palabras sencillas, los que son considerados los “principales” sucesos de la historia.
Pero, ¿por dónde se empieza? ¿Con qué criterio se puede ordenar una cantidad tan inmensa de historias? ¿Quién nos ayuda a comenzar por algún lado? El tiempo.
El tiempo es lo único que nos permite organizar todo. Cosas tan diferentes como la aparición del hombre, el primer Mundial de fútbol, la revolución francesa, el tercer disco de Soda Stereo o el nacimiento de tu primo, comparten una sola cosa: la línea temporal.
Todo pasó en algún momento: aunque sea hace cinco millones de años, en el siglo II o en el año 1984, cada suceso puede situarse en una línea temporal. Por lo tanto, recorriendo el tiempo desde el pasado hacia el presente es el modo que consideramos más eficiente para sumar conocimientos y que nos pase cada vez menos la sensación de escuchar algo y pensar: “Esas cosas me gustaría saberlas”.
Podés empezar por acá.
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