30 de agosto de 2016

Textos inéditos de Teofania Biertosz (nacida en 1931)

Teofania Biertosz es una costurera, cocinera y escritora nacida en Belarús en 1931. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina. Estos son algunos de sus textos, que cedió con la siguiente dedicatoria:

Como ya no me da la cabeza y las manos no siempre tienen fuerza, te doy lo que escribí. Hay más, pero son cuentos, chistes y dichos que no son míos.

Cómo se fabricaba la ropa en la década de 1930 (sin fecha)

¡Hola todos! Les quiero contar cómo hacían la tela en la época en que mi mamá era joven. Yo lo vi y a veces me tocaba ayudar, por necesidad o por curiosidad. Era un trabajo de mujeres.

Primero, para casarte, tenías que aprender a hacer la tela y la ropa interior para tu marido, y después para tus hijos. Tenías que teñirla con tintura, hacer ropa de vestir, toallas, ropa de cama, ¡hasta los trapos!

Lo primero era compartido con el hombre: tenían que plantar la semilla de lino. Se sembraba como el trigo y la cebada. Se la cuidaba bien de los yuyos y tenía más o menos un metro de altura. Tenía que madurar bien para poder sacar buena semilla para el año siguiente.

Se cosechaba con raíces para no desperdiciar el tallo. Lo que se sacaba se ponía en el mismo campo en forma de alfombra para que se secara bien. Después, con mucho cuidado, se lo levantaba y se le sacaba la semilla, y se los ataba para poder guardarlos en algún lugar seco.

Una vez terminada la cosecha, sigue el trabajo con el lino, ya con la nieve en la cabeza. Unos cuantos vecinos tenían, en la sociedad, una casita fuera de la aldea a la que llamaban "secadero de lino". Ahí había un horno grande, quemaban mucha leña e iban turnándose y ayudándose para secar bien la hoja de lino. Tenían una herramienta para golpear el tallo hasta sacarle la cáscara.

Después, golpeaban con una especie de machetes de madera para que se despegara y quedara la fibra; e iban cepillando, con cepillos hechos de clavos, hasta formar algo como algodón.

Mamá, con eso, hacía el hilo fino; y nosotras, las hijas, hilo más grueso para la ropa de cama o para bolsas. Una vez terminados los hilos, se ponían en un telar y se hacía la tela.

Yo lo hacía cuando tenía 4, 5 años. A los 6, nos fuimos a América y no lo hice más.

El agosto feliz (escrito el 18/8/2005)

Hay muchos recuerdos no agradables de los agostos, pero uno lo recuerdo muy bien. El día y la alegría que tuvimos es el agosto de 1967. Vivíamos en Ukrania y esperábamos con mucha paciencia, después de casi siete años, poder volver a Argentina. Esa Argentina que dejamos en 1956, en marzo.

Nos costó mucho acostumbrarnos a la vida de la URSS. Esa vida dura y fría. La gente que se fue, como nosotros, empezó a volver. Algunas tenían familiares, era más fácil. Nosotros, en cambio, tuvimos que esperar a que algún pariente que tuviera hijos argentinos volviera. Así, en cadena, uno llamaba al otro, "ya nos engancharemos nosotros para hacer una llamada a la Argentina, para poder apoyarse en algo, hacer los documentos".

Y así llegamos, hicimos todo, nos faltaba la entrada al país y que el consulado argentino nos avisara desde Moscú que podíamos salir.

Bueno, era un 18 de agosto. Domingo. Encima feriado, el día que bendecían las manzanas. No se festejaba mucho porque estábamos bajo comunismo, y eso pertenecía a la Iglesia. Pero la gente, en los barrios o aldeas, poco le daban bolilla a eso y se hacían un huequito para la tradición.

Había un cumpleañitos de un chico vecino nuestro. Aprovechamos el festejo, aunque no se festejaban los cumples. Como el cartero no tenía feriado ni domingo, nos trajo una carta. Fuimos a casa, nos encontramos con la esperada llamada, el aviso del consulado. De tanta alegría, nos olvidamos de que era un secreto: gritamos con mi marido, lloramos y tuvimos que repasar todo lo que no contamos.

Claro, los vecinos eran buenos y nos entendieron, pero igual fue como que los despreciamos. No queríamos vivir donde vivían ellos. Y bueno, qué le vas a hacer, alguna aventura en la vida hay que hacer, y acá estamos: de nuevo en Argentina.


Ezeiza (escrito el 14/10/2006)

Linda fecha, lindos recuerdos. Aterrizamos en Ezeiza, hace 39 años. Día de felicidad porque ya se terminó el viaje que tanto esperábamos. Eran muchos años y también había tristeza porque dejamos a nuestros vecinos, y yo a mis seres queridos, para siempre.

Nadie pensaba que se iba a poder viajar de un lado al otro del mundo. Tuvimos la posibilidad y parece que fue ayer.

Mañana, mis queridos hijos Elvira y Alberto cumplirán treinta años de casados. Cuántas luchas, cuántos obstáculos hay que saltar, cuántos disgustos hay que aguantar, pero llegaron, a pesar de todo. Con sacrificio, con paciencia y con mucho amor, todo se puede.

Casamiento desapercibido (escrito el 31/1/2007)

Hace 55 años también era un día caluroso, y yo me casaba. Pero no en el registro: no tenía documentos y tuvimos que casarnos primero en el consulado de la URSS.

Nos fuimos porque así era más fácil, sin problemas y sin faltar al trabajo. Fuimos los dos, Víctor y yo, nadie en casa se había enterado. Papá fue el único, porque tenía que firmar. Nosotros volvimos a casa con la polvareda caliente del sol que, cuando pisabas, hasta la cara te llegaba.

En casa nadie nos esperaba, ni siquiera el agua fría. Teníamos una bomba de agua salada, para más no había plata, porque lo que había era para la fiesta del sábado. Salió una inquilina que vivía en la misma casa, nos felicitó, y eso era todo.

En casa, todos ajenos a todo eso. Víctor no tenía familia, sólo un hermano. Yo tenía a mis hermanas menores, pero no sé si se daban cuenta de todo. La mayor era tan sobradora en sus palabras: hasta cuando me medía el vestido blanco que ella me hacía. Era tan pesado que no me lo quería poner. Ese fue mi día feliz.


Sentirte triste a los 75 años (escrito el 2/2/2007)

Con 33 grados de calor, todo en silencio. Yo, como siempre, después de la siesta, sentada, pensando y repasando mi vida. Ya tengo 75 años y hoy cumplo 55 de casada. Es mucho, ¿no? Pero no encuentro un día de felicidad. Hubo muchos días en los que supuestamente tenía que estar feliz, pero si lo fui no es por algo de mi vida, sino de la de mis hijas.

De la mía no recuerdo nada feliz, ni siquiera el día del casamiento. Todo fue como una obligación, un compromiso, una carga que uno se ponía en la espalda, sin ninguna ayuda, y todo porque así es la vida: escoger una persona, firmar un papel, agarrarse del carro y tirar sin pensar que alguien tiene que empujar ese carro para que te sea más liviano.

Así fue toda la vida. No se podía ser feliz porque sólo debés serlo por dentro, no tenés que reírte o divertirte: eso no, porque tenés hijos y marido. Y reírse solo con el marido no es diversión, es sólo una responsabilidad más, o sea un agregado más para los celos. Por eso no encuentro un día en el que haya sido todo feliz.

Pensaba que había sido muy buena para elegir vivir, atenta a todo, a atender el marido, criar bien las hijas. Bueno, esa no era la pesadilla, eso lo hice con mucho cariño, aunque no sé bien que es cariño porque no lo tuve, no tuve una palabra cariñosa ni un abrazo cariñoso, todo era por obligación.

Pero acá estoy, con mis 55 años de sacrificio, la espalda siente mucho cansancio. Yo todavía estoy esperando a ser feliz, hacer lo que deseo, no estar ahogada ni de celos ni de incomprensión. Aunque sea en la vejez, ser valorada.


Soñar con los que ya no están (escrito el 29/9/2007)

Hoy era una buena tarde, de mucho esperar. Vino mi amiga de hace 60 años, hemos charlado tomando mate y brindamos por los 40 años que pasaron desde que dejé mi casa en Ukrania, donde viví casi 11 años.

Recordamos nuestra niñez, cómo íbamos descalzas al colegio, cómo trabajábamos en la chacra, y cuando íbamos a bailar. También que no conocíamos las fechas de los cumpleaños. Aunque eso nadie lo va a creer, es verdad, porque nadie nos enseñó, ni a cómo ver la hora en un reloj: yo lo aprendí a los 18 años, cuando vine a Buenos Aires, porque antes vivimos en Paraguay, desde 1938 hasta 1949.

Refrescamos las cabezas y después, el miércoles, fui a su casa porque ella tenía una verdura para sopa y en mi quinta se secó. La fui a buscar y seguimos con nuestros recuerdos. No piensen que no nos vimos durante 10 o 20 años: nos vemos cada mes y nos hablamos por teléfono. Tenemos mucho para hablar porque ya somos bisabuelas; pero eso me removía tanto la cabeza que a la noche siguiente soñé con mi casa de Paraguay, donde viví desde los 6 años hasta los 13.

Estuve todo el día llorando por el sueño. Vi a mis padres, que estaban allí en el pueblo. Yo, preparando a mis tres hermanitas para ir con ellas, para que nos vieran aunque sea un poco (ellos están muertos).

Era un sueño y, a esa altura de la vida, allá en Paraguay, vi que delante de mi casa pasaba el colectivo. Nos preparábamos y contamos cuánto saldría pagar el boleto para mí y mis tres hermanitas. Pero no lo logré, y los viejos cambiaron de lugar y no nos hablaron.

Me desperté sin nada, sólo lágrimas. Las que no cayeron me quedaron en el pecho para todo el día. Por eso quiero escribir: para provocar esto, romper el globo de lágrimas en el pecho. Lloré, lloré y sigo llorando. Es un sueño, pero también son mis padres.

Gracias por leer. Vos leé y yo voy a seguir llorando, así alivio el alma. Yo soy Baba.


Ser mujer en los años 50 (sin fecha)

¿Y qué es ser feliz, qué significa esa palabra? Creo que la estoy estudiando con mis nietos, estoy aprendiendo. No sé seguro, pero quiero creer que cuando los veo sonreír estoy feliz, siento algo distinto a todos los días.

De tristeza sé mucho, de que me traten de inútil, de mala y mentirosa, de estorbo en la familia. Esto no era ni es nuevo. Nunca en nuestra familia, ni la que heredé por parte de mi matrimonio, fue lo mismo. Tampoco en mi matrimonio fui feliz, trataba de ponerme en el lugar de la mujer fiel y decente, trabajadora, buena madre, que cocinara todo bien aunque hubiera sólo papa, pepino y un kilo de tocino por semana. Que fuera como un banquete.

Claro, sin gente: nunca le gustaba que alguien viniera a participar. Esa cara de no querer a nadie y llena de celos en cada palabra. Yo aprendí bien: si querés que nadie de tu familia o de tus vecinos conozca tu vida, boca cerrada. Y si abrís, todo con sonrisa y dulzura.

Por el lado de mi familia estaba mejor, estaban lejos y por eso no sé qué es "feliz". No había palabras cariñosas ni compartía conversaciones felices. Si se trataba de salir, de eso olvidate, el hombre tiene que dormir porque trabaja.


Para mi nieta Gaby (escrito el 24/6/2005)

Parece hoy, pero ya son cinco años, si no me equivoco, que mi nieta se fue a Bariloche, y le falta un mes para cumplir 23 años.

Ojalá que estos 23 añitos cambien el rumbo de su vida. Si yo pudiera soplar el viento para el lado de la suerte, ¡cómo lo haría! Lo giraría 180 grados al norte, le cambiaría todo si es lo verdadero que ella siente.

Dios, quiero verla feliz comenzando la vida, que le sirvan esos 23 añitos y muy bien. Bueno, vieja, falta un mes. Aguantá y después verás cómo se porta el año número 24.

Chicos, los quiero mucho, no sé qué será de todo ese querer.

Para mi nieta Vane (escrito el 20/1/2007)

Y ya llegamos, Vane. Nuestra alegría, de toda la familia. La chispita que se prende cuando ve que el fuego se apaga. Ella está lista para divertirnos y ya cumplimos un cuarto de 100. Ojalá que te vea unos cinco más. Bueno, eso no se sabe.

Querida Vane, disfrutá tu vida, lo que puedas. Lo único bueno es divertirse disfrutando, trabajando en lo que querés; y yo te veré sonreír y estaré feliz.

Chicos, eso va para todos: no quiero mucho, no les pido mucho. Un abrazo muy fuerte y una sonrisa natural, sin prefabricar. Eso me alcanza: que sean felices. Y yo lo seré viéndolos.


26 de agosto de 2016

Historia del cine (1931-1940)

1931: Frankenstein
1931: Drácula
1932: Scarface
1932: Freaks
1932: Adiós a las armas
1933: Mujercitas
1933: King Kong
1934: Sucedió una noche
1934: Héroes de ocasión
1934: Cautivo del deseo
1934: El hombre que sabía demasiado
1935: La novia de Frankenstein
1935: Los 39 escalones
1935: ¡Vámonos con Pancho Villa!
1936: Tiempos modernos
1936: Deseo
1936: Intriga internacional
1936: La vida futura
1937: La terrible verdad
1937: Blancanieves y los siete enanitos
1938: La fiera de niña
1939: Lo que el viento se llevó
1939: El mago de Oz
1939: La diligencia
1939: Caballero sin espada
1939: Cumbres borrascosas
1940: El gran dictador
1940: El ciudadano [Citizen Kane]
1940: Ayuno de amor
1940: Historias de Filadelfia
1940: Rebecca
1940: Pinocho
1940: Viñas de ira
1940: Luna nueva
1940: Fantasía

16 de agosto de 2016

Tintín en el Congo (1931)

Tintín en el Congo es una historieta creada por el belga Georges Remi, más conocido como Hergé. Tiene 64 páginas y fue publicada en 1931.

¡Ay, qué mala sangre me hice! Tintín es un periodista supuestamente muy aventurero. Esta vez viaja al Congo vaya uno a saber para qué. Lo que sí sabemos es que se la pasa matando animales como si fuera una gracia.

¡Ay, cuánta mala sangre! La historia es machista (casi no aparecen mujeres, de hecho), racista y llena de matanzas y violencia. El "bueno" de Tintín llega a taladrar (¡taladrar!) a un animal y hacerlo explotar (¡explotar!) poniéndole dinamita dentro del cuerpo.

El problema no es lo exageradamente fantasioso de la historia, sino el horrible mensaje que transmitió a las niñas y niños que la leyeron.

Conocía a Tintín de nombre (es en Bélgica lo que Patoruzú en la Argentina y Condorito en Chile), pero nunca había leído una historia suya. Esta me repugnó. Todavía no sé si donar la historieta o reciclarla como papel inútil. Si la vuelvo a ojear, seguro me decido por la segunda opción.

Post data: acabo de enterarme de que en realidad leí una versión modificada que se publicó en 1946. La original tenía 110 páginas y, según cuentan, era mucho, mucho más racista y violenta. ¡Menos mal que no la leí!

11 de agosto de 2016

Graciana Tripodi (1931-2007)

Por Gabriela Fernández, técnica en bioquímica, aficionada a la Egiptología y amante de las sorpresas

El 15 de febrero de 1931 nació, en Lomas de Zamora, la cuarta y última hija de Francisco Tripodi y Concepción Alvaro: Graciana Tripodi. Mi madre.

Según decía ella, tuvo una infancia y adolescencia felices. Según lo veo yo, no tanto. En quinto grado la sacaron del colegio porque tenía que ayudar a su mamá, y sus dos hermanas mayores salieron a trabajar. A los 19, perdió a su madre. Difícil debe haber resultado ser madre cuando no se pudo ser hija, ¿no?

Se casó con mi papá, tuvo dos hijas. Se dedicó a ellos... y a luchar con sus demonios. Ganó al enfrentar a algunos. Perdió por knock out enfrentando a otros. Fue una persona feliz en su pequeño mundo. Vio a sus nietos nacer. No los disfrutó demasiado tiempo, pero algo sí... No lo suficiente, creo yo.

Un día, un 11 de julio para ser más exactos, se rindió. Se fue de este mundo creyendo, por momentos, que yo era su hermana María; que estaba viviendo en la casa de mi hermana. No le quedaba claro si tenía hijas. De a ratos sí, de a ratos no. De lo que sí se acordaba, y muy bien, era de sus nietos. Los nombraba uno a uno y por orden de edad. Incluso, por dos minutos de diferencia, Valentina es mayor que Máximo, y así los nombraba: Sofía, Delfina, Valentina y Máximo.

Una tarde, tomando la merienda, se fue. Tranquila. No sé si fue justa la vida con ella. Yo creo que no. Que fue bastante ingrata y avara.

Fue la mujer más trabajadora que conocí. La más incansable. La que cocinaba rico como nadie. La que fue mi madre. La que, como ella decía, "hizo lo que pudo". Quizás no le agradecimos lo suficiente. Quizás fue feliz a su modo. Lo que sé es que, de un día para el otro, se fue a su propio mundo. Y después... Después se fue del suyo y de este.

La extraño. Me gustaría tenerla para pedirle consejos, ayuda, para contarle lo que hago. Para compartir un mate feo, frío y lavado, como solía cebar. Ojalá lea esto, desde donde esté...

10 de agosto de 2016

Francisca García (nacida en 1931)

Por Leandro Ramosescritor, profesor de literatura e integrante del Movimiento Etiopía

Al principio, reconstruimos la historia de nuestros abuelos en base a las anécdotas que nos cuentan. Francisca, mi abuela, cuenta anécdotas inocentes, casi siempre las mismas, como que le hizo el vestido a mi vieja basado en el personaje de la película Sabrina o que leía El Conde de Montecristo todas las tardes mientras mi bisabuela creía que dormía la siesta.

Ella nació en Córdoba, allá por 1931, en otro tiempo y otro mundo. Lo que más resalta de su persona es una gran imaginación y una capacidad de hablar con diversión y ánimo casi infantil sobre cualquier cosa: la carita del perro del almanaque, el frío que sintió en la nariz el otro día que salió a la calle o la forma que tiene el tomate que sacó de la heladera.

Claro, así como se divierte con nada es capaz de enojarse con la misma facilidad. Y, lo que es peor, la imaginación, que antes era una virtud, se convierte en un gran defecto cuando da rienda suelta a sus delirios de persecución y conspiranoia. El vecino de abajo adquiere, de esta manera, las dimensiones de un narcotraficante colombiano o un terrorista musulmán del isis.

Creo, como sostuvo Borges, que la vida de una persona puede reducirse a uno o dos actos significativos. Esto no significa que en todas las personas sea posible tal reducción, sino que existen algunos casos en que esto es posible. Diría que la vida de Francisca es uno de estos casos y ella se encarga de confirmarlo. Hay dos cosas que cuenta con lágrimas: que comenzó a trabajar a los 12 y que su madre falleció cuando tenía 13. Resulta increíble pero fue así.

Desde los 12 años comenzó a ir al taller de costureras, y desde esa edad hasta los 28, cuando se casó, sólo trabajó. Trabajaba. Todos los días. Trabajo y más trabajo en la edad en la que todos vamos a la escuela, nos divertimos, hacemos amistades, vamos a la facultad, nos enamoramos, etcétera. Trabajo y más trabajo.

Por esto es que la quiero a pesar de que me venga siempre con que el gordo de abajo se droga o la persigue cuando ella va a pagar la factura de luz. Y trato de recordarlo siempre: quiero mucho a Francisca porque vive cada momento, cada detalle, como si tuviera los 15 años que le faltaron por no tener otra opción que pasarse los días encerrada en el taller de costureras.

9 de agosto de 2016

Teofania Biertosz (nacida en 1931)

Por Martín Estévez

Quiero escribir sobre mi abuela antes de que se muera. Más que nada, por principios: para que pueda defenderse. Aunque, la verdad, mucho no puede defenderse: tiene 84 años y anda débil, duerme casi todo el día y el cerebro está empezando a fallarle. Igual, aunque no sé cuándo morirá, prefiero escribir ahora. Y empezar contando que, a grandes rasgos, mi abuela podría ingresar en el grupo conocido como “viejas de mierda”.

Puede ser que escriba enojado por el trato que me dio hoy, por el que nos da a todos, todos los días. Puede ser. Aunque le cocinan, la cuidan, la quieren, mi abuela Teofania se queja. Maltrata a sus hijas, les rompe la paciencia, las ignora. Yo soy un boludo porque hago 35 cuadras en bicicleta bajo llovizna, con 11 grados de temperatura, con las orejas congeladas para verla. Y ella, con suerte, me saluda y me pregunta cómo estoy. Se queja de alguna cosa, se da vuelta y sigue durmiendo. Eso, en un buen día.

En un mal día me ignora, o me dice que su vida es una porquería, que no tiene nada que hacer, que tiene calor o tiene frío o le arden los ojos o no escucha bien o le molesta la luz o le molesta el ruido o le molesta la lluvia o le molesta que la llamen por teléfono o le molesta que alguien, en el mundo, sea feliz. Me dice que no la moleste más y sigue durmiendo.

Alguno pensará que es porque está vieja, pero no: Fanny fue siempre así. Mucha cara de perro, mucha queja. Cuando llorabas, te retaba porque llorabas. Cuando te reías, decía su frase más de mierda:

El que se ríe de día, va a llorar de noche…

¡Qué ganas de arruinarte el momento! Me acuerdo, me acuerdo bien una noche en la que Chuna se quedó a dormir abajo y, con mi hermana, cantábamos canciones groseras, bajito. Ella entró, nos escuchó a los tres, y me retó. A mí solo. “Sabía que vos ibas a estar cantando esas porquerías”, dijo. Y se fue.

Me acuerdo, me acuerdo bien cuando dibujé una bandera para regalársela, la de su país: Unión Soviética. ¡Más contento fui a dársela! Cuando la vio, en vez de explicarme que estaba en desacuerdo con el régimen político soviético, la rompió en pedacitos, en mi cara. Y, con cara de culo, me dijo: “Nunca más dibujes algo así”.

Me acuerdo, me acuerdo bien cuando me hablaba mal, muy mal de mi papá. A solas, aprovechándose de lo indefenso que puede estar un chico de 8 años. Llegó a decir que tenía que “colgarse de una soguita”. Sugirió, enfrente mío, envuelta en su dolor de madre, que mi papá tenía que suicidarse por las cosas que había hecho.

Me acuerdo, me acuerdo bien que, cuando yo tenía 19 años, salí de mi casa y volví enseguida, porque me había olvidado algo. Entré a mi pieza y ahí estaba ella, concentrada, silenciosa: Fanny leyendo mis cartas, las cartas íntimas que me escribía con mi novia, las cartas donde ella contaba cosas sólo para mí, y yo sólo para ella. Y Fanny, infame, sentada ahí, cagándose en mi privacidad, traicionándome.

Por las dudas, les aviso a mi tía Elvira y a mi mamá Tatiana (sus hijas) que, si esto les pareció demasiado fuerte, dejen de leer, porque lo que viene es peor.

Después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que mi abuela es así porque no disfrutó del sexo. No es que disfrutó poco: no disfrutó nada. Nunca se revolcó porque sí, mi abuela. Sí, estoy diciendo sexo: besarse, manosearse, excitarse. Si hace falta, introducir un pene en una vagina. Si leer esto los pone incómodos, estamos en problemas: lo único que vamos a lograr es generar personas reprimidas como mi abuela.

Yo la escuché hablar mucho a Fanny. Muchísimo. La escuché decir miles de cosas. Pero nunca, nunca jamás de su boca, salieron las palabras placer, goce, pasión. Nunca jamás la escuché decir sexo, pene o vagina. No estaban en su vocabulario. No se las enseñaron.

A Teofania, a Fanny, a mi abuela, le enseñaron que su trabajo era cocinar, lavar y coser. Nació en Bielorrusia, hacía frío, había nieve y, a los 11 años, a veces tenía que cuidar sola a sus hermanas mellizas, que tenían 3.

Repito: a los 11 años tenía que cuidar sola a sus hermanas mellizas, que tenían 3.

Y de pronto estaba en un barco, lleno de hombres y mujeres y borrachos y camarotes chiquitos. Semanas en un barco en el que había enfermedades, pestes, fiebre, personas que morían. Ella era una niña que veía a personas morir enfermas, sin medicinas, sin cuidados, sin sepulcro.

De pronto no había nieve y frío, sino calor, y ella estaba en Paraguay, y tenía que trabajar en la casa de desconocidos cocinando, barriendo y planchando. Era menor de edad y tal vez limpiaba los restos de mierda del inodoro de una familia de desconocidos. 

Hablo de Fanny. De mi abuela.

Y en Bielorrusia y en Paraguay y en Argentina escuchó la misma cosa: que ella era mujer, y que la mujer que gozaba era una prostituta. Que la mujer que se vestía como quería era una ramera. Que la mujer que cojía por placer era una puta. “Cojer”, sí. Alguno pensará que es aberrante que yo escriba así; yo digo que es aberrante que se lo hayan hecho creer a mi abuela.

Fanny tuvo sexo sólo para cumplir con otra obligación: tener hijos. Dos veces. Me juego tres dedos de la mano a que jamás tuvo un orgasmo. Le dediqué tiempo a pensar si mi abuela tuvo o no tuvo orgasmos. No es zarpado, ni gracioso: es lo que tenemos que hacer en esta sociedad para dejar de ser machistas.

Fanny rompía las bolas con que su marido (Víctor) no la llevo nunca al cine. Se lo escuché decir mil veces. La entiendo ahora: a ella no le molestaba que Víctor fuera o no fuera al cine. A Fanny, lo que la lastimaba, era que sus decisiones dependieran de un hombre. Desde lo psicológico, porque se lo habían enseñado: ella tenía que “seguirlo”. Pero también desde lo material: Fanny no tenía un peso. Cuando ella era joven, los hombres podían comprarse cigarrillos, ir al cine, pagar una prostituta y someterla. Las mujeres, como Fanny, no podían comprarse un peine, ni un chocolate, ni una entrada de cine sin pedirle plata a su marido.

Fanny no disfrutó de su familia, porque tuvo que trabajar. Fanny no disfrutó de lo material, porque era pobre. Y Fanny no disfrutó su sexualidad, porque era mujer. Qué vida de mierda le impusieron los políticos, los empresarios, los explotadores, el sistema. Qué vida de mierda.

¿Cómo no va a quejarse? ¿Cómo no va a sufrir? Le enseñaron que su vida dependía de un hombre, y el hombre se murió hace exactamente seis años. Y entonces ella se empezó a morir también, tal como se lo enseñaron: sin un hombre al lado, no servís.

¿Podría ser distinta? Sí. Su hermana Nina sufrió lo mismo, y también se le murió el marido, y no pudo tener hijos. Pero, aunque es amable y sonríe, es una excepción.

Está mal pedirles a todas las mujeres que sufrieron tanto, que sean como Nina. Sería como pedirles a todos los niños pobres de Rosario que se conviertan en Messi: una injusticia absoluta.

Hoy lloró mi abuela, lloró mucho, como cada vez que la veo. A veces le preguntan por qué llora. A mí no me hace falta preguntarle: llora por cada infancia en la que fue mucama, por cada muerte que vio al lado suyo, por tantos deseos sexuales que tuvo que reprimir. Llora por las películas que no pudo ver sin su marido, por todas las putas tardes en las que ni siquiera puede reprocharle a un hombre todas sus lágrimas.

Llora mi abuela y lloro yo con ella, en silencio, sin que se dé cuenta. Lloro por ella y por todas las mujeres a las que les complicaron la vida con ideas absurdas, crueles, violentas. Le perdono todo porque soy hombre, porque soy yo el que tiene que pedir perdón. Sé que ser mujer hoy es tan difícil y me duele estar del otro lado, culpable por no arrancar a todos los hombres injustos que contaminan el mundo.

Sé que ser mujer hoy es tan difícil, pero no puedo ni imaginarme lo difícil que habrá sido en 1931, cuando nacía esta viejita hermosa. Cuando esta bisabuela que hoy nos trata mal no era bisabuela ni nos trataba mal, sino que esperaba del mundo lo que merecía: justicia, placer, amor.

El capitalismo le robó la justicia, porque mientras algunos no trabajaban y tenían mucho, ella trabajó mucho y no tuvo nada. El machismo le robó el placer, porque una mujer de bien no tenía que disfrutar del sexo. Le robaron la justicia y el placer. Y es por eso, especialmente por eso, que están ahí Tati, y Elvi, y estamos todos los que queremos estar, dándole cada vez que podemos lo único que no pudieron robarle: el amor.

El amor que Fanny me dio cada vez que me cocinaba, cada vez que me llevaba al colegio, cada vez que me compraba un chocolate antes de un examen. El amor que le vi mostrar por su marido sólo una vez, justo en el momento del infarto cerebral, cuando lo agarró de la cara y le dijo, se lo dijo, yo lo escuché: “¡Víctor, mi amor!”.

¡Cuánto, cuánto inmenso amor vi en los ojos de esa vieja quejosa, cuántos meses pasamos
los dos sentados al lado de Víctor, cuántos dolores compartidos!

A vos, Fanny, te enseñaron a acompañar a tu marido hasta el final, y no te dijeron quién te acompañaría a vos. Pero quedate tranquila: ahí están tus hijas, pacientes, para quererte. Y aunque te quejes siempre, tragues fuerte, me trates mal, no quieras leer, no quieras conversar, no quieras mirar y tampoco quieras oír, también, te lo prometo, hasta el final de los finales, voy a estar yo.

8 de agosto de 2016

Frankenstein (película de 1931)

Frankenstein es una película dirigida por el inglés James Whale estrenada en el año 1931. Dura 73 minutos, su nombre original es Frankenstein, the man who made a monster y está basada en un libro de Mary Shelley. Uno de los actores principales es el inglés Boris Karloff.

La historia es demasiado fantasiosa y no genera casi nada de terror: solamente en el sombrío y muy bien logrado rostro del monstruo.

No respeta a la obra original y se modificó innecesariamente el final. No la recomiendo.