3 de diciembre de 2017

Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (Oliverio Girondo) [1922]

Aclaro, antes que nada, que no me gusta mucho la poesía. Me parece honesto arrancar por ahí. Leí Veinte poemas para ser leídos en el tranvía para la materia Literatura Argentina II de la carrera de letras y tampoco me gustó demasiado.

Como dice el título, es un libro con 20 poemas escritos por el argentino Oliverio Girondo. En la Universidad de Lomas de Zamora me contaron que lo trascendente de estos poemas es que son muy diferentes a los que se habían escrito hasta ese momento y que forman parte de la primera obra de la vanguardia literaria que hubo en la Argentina durante la década de 1920. No me pidan que les explique acá qué es la vanguardia, porque es un término muy complejo.

Para un trabajo práctico tuve que analizar cuatro poemas de Girondo, dos de ellos de este libro, así que copio ese análisis acá, no sé bien por qué:

"Girondo aparece, al menos en la primera mirada, como más rupturista que Borges y González Tuñón. Además de apoyarse en la metáfora, apela a la sinécdoque y a la metonimia. El mejor ejemplo resulta Croquis en la arena, donde una persona con la mitad del cuerpo dentro del mar se convierte en piernas amputadas; una foto tomada a una mujer se transforma en fotógrafos que venden los cuerpos de las mujeres; y una gaviota en el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.

Es en Girondo donde se expresa con más claridad una de las principales propuestas vanguardistas: ver con ojos nuevos aquello que ya vimos muchas veces. Así como Borges se dedicó a husmear sus esquinas, sus barrios, sus símbolos; y como González Tuñón puso la lupa sobre los objetos, en general despreciables; Girondo mirará los paisajes, la playa en Croquis en la arena, pero también, como enumera en Apunte callejero, los cafés, los automóviles, los movimientos al abrir una ventana, los quioscos, los faroles, los transeúntes".

Y, ya que estamos, copio el poema Verona, que me parece uno de los que mejor explican cómo escribía Girondo:

Verona

¡Se celebra el adulterio de María con la Paloma Sacra!

Una lluvia pulverizada lustra La Plaza de las Verduras, se hincha en globitos que navegan por la vereda y de repente estallan sin motivo.

Entre los dedos de las arcadas, una multitud espesa amasa su desilusión; mientras, la banda gruñe un tiempo de vals, para que los estandartes den cuatro vueltas y se paren.

La Virgen, sentada en una fuente, como sobre un bidé, derrama un agua enrojecida por las bombitas de luz eléctrica que le han puesto en los pies.

¡Guitarras! ¡Mandolinas! ¡Balcones sin escalas y sin Julietas! Paraguas que sudan y son como la supervivencia de una flora ya fósil. Capiteles donde unos monos se entretienen desde hace nueve siglos en hacer el amor.

El cielo simple, verdoso, un poco sucio, es del mismo color que el uniforme de los soldados.

1 de diciembre de 2017

La gloria de don Ramiro (Enrique Larreta) [1908]

Uy, uy, uy, ¡alto plomo resultó La gloria de don Ramiro! Es una novela escrita por el argentino Enrique Larreta que tuve que leer para la materia Literatura argentina II de la carrera de Letras, y la verdad es que me costó mucho esfuerzo terminarlo.

Se trata de la vida de un aristócrata español del siglo XVI que se va complicando poco a poco y está contada con bastante detalle, demasiado para mi gusto.

A decir verdad, el final se me hizo un poco más llevadero, porque me terminé acostumbrando al estilo y me sentí algo intrigado por el final, pero estamos hablando de un libraco de más de 300 páginas, de las cuales las primeras 150 me aburrieron, y que además tuve que leer en mi teléfono porque preferí no comprarlo y porque no tuve tiempo de leerlo en la computadora (leo mucho en los viajes en tren y colectivo).

La recomendación a mi público lindo del blog es que no lo lean. Pero, ya que no solo tuve que leerlo sino hacer un trabajo práctico sobre este libro, lo compartiré acá, así me queda guardado para siempre, aunque no sé para qué.

Consigna: Se trata de considerar el contexto del centenario y de analizar la novela de Enrique Larreta, La gloria de don Ramiro, en relación con dicho contexto y con las variables estéticas que se ponen en juego en la construcción del relato.

Introducción

La gloria de don Ramiro: una vida en tiempos de Felipe II es una novela escrita por Enrique Larreta y publicada en 1908. Narra la vida de Ramiro, que se inicia en la España del siglo XVII, y que finalizará en otro continente y en otro siglo. Entre sus principales características se encuentra la documentada descripción de la cultura española de la época y también el lenguaje utilizado por el narrador, más acorde a la España de la Edad Moderna que a la Argentina del siglo XX.

Contexto sociopolítico

La novela (como casi todas las novelas) recibe influencias del contexto histórico en el que fue escrita. Para describir ese contexto, al menos en sus características más visibles, es necesario un repaso histórico.

Luego de la declaración de la independencia argentina (1816), surgieron diferentes corrientes políticas e intelectuales que discutían cuál era el vínculo que debía mantener el país respecto a su antiguo opresor, España. Entre esas corrientes, que abarcaban desde un sometimiento casi absoluto hasta el desprecio irracional, se impuso en el siglo XIX una más cercana a la última que a la primera, impulsada por la Generación del 37, algunos de cuyos referentes fueron Domingo Faustino Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría.

Esa corriente anti-españolista consideraba retrógrada y estancada a la cultura española, y proponía acercamiento y admiración hacia la cultura francesa y, en menor medida, la alemana. El rechazo a lo español, como indica Ángela Di Tullio, se extendía hasta la oralidad y la escritura: “La Generación del 37 destacaba la ‘cuestión del idioma’ dentro del programa de independencia cultural, que requería una creciente distancia con el legado español”.

Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX, el panorama social mostró fuertes modificaciones, vinculadas especialmente al avance del liberalismo económico, al individualismo que este generaba y a la ola inmigratoria impulsada por el Estado argentino para sumar mano de obra calificada a su proyecto económico.

“Entre 1869 y 1914 –remarca Di Tullio– se cuadriplica la población; este cambio demográfico se explica por el arribo de más de cuatro millones de extranjeros. A comienzos del siglo XX, el porcentaje de italianos en relación con la población era de 32,5 frente al 9% de los españoles”. El problema, al menos para la clase dominante, fue que la mayor parte de los inmigrantes no resultaron franceses o alemanes, como se deseaba, sino italianos y, en menor medida, rusos, polacos y españoles que provenían de los sectores más golpeados de sus países.

Se produjo entonces un choque cultural en el que uno de los campos de batalla fue el idioma, ya que el lenguaje español, que ya había sido atravesado por argentinismos, sumó ahora aportes, reconversiones y desvíos provenientes del italiano. Y también, claro, las costumbres de los nuevos inmigrantes invadieron la cultura nacional.

Por ese motivo, entre otros, durante el período conocido como el centenario (por su cercanía al centésimo aniversario del proceso de independencia argentina) se impuso una corriente ideológica que proponía revalorizar la cultura española para limitar la influencia de los nuevos inmigrantes. Los referentes de esta postura (Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez) postulaban que para ser argentino había que ser profundamente español. Así, décadas después de su invención, se invertía el esquema de Sarmiento y lo español y criollo dejaba de ser la barbarie para convertirse en civilización, mientras que la nueva inmigración europea se convertía en el enemigo al que había que someter.

“El Centenario festeja la reconciliación con España acuñando una imprevisible definición de nacionalismo, que Manuel Gálvez proclama fervorosamente: ‘A pesar de las apariencias, somos en el fondo españoles (…) Somos españoles porque hablamos español”, puntualiza Di Tullio, que además advierte que el Estado, a través de todos sus aparatos, se encargó de reforzar enfáticamente la pertenencia al orbe hispánico .

Según Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “el espíritu de conciliación hacia España y la reconsideración de la ‘herencia española’, que tomó auge en toda Hispanoamérica particularmente después de la guerra hispano-norteamericana, comportaban un viraje respecto de la tradición liberal decimonónica y abrirían paso a una nueva visión del pasado”.

Dentro de ese contexto, La gloria de don Ramiro parece una consecuencia casi directa: una obra que retorna al pasado para revisar errores y aciertos de la cultura española; que se sostiene sobre un lenguaje respetuoso de la Real Academia Española casi hasta la exageración; y que intenta acercar a los lectores nuevamente a la posibilidad de observar a la cultura y la historia españolas no como algo lejano y enemigo, sino como parte de las raíces americanas.

No es descabellado suponer que una de las finalidades políticas de la obra, entonces, haya sido plantear que la solución a los problemas más graves de España en el siglo XVII (el poder absoluto del rey, las aberraciones provocadas por la Inquisición) encontraron vías de solución en América; y por lo tanto, aunque la España del siglo XX no fuera la sociedad “ideal”, mediante soluciones “americanas” podría ser reincorporada como modelo en el que se refleje la sociedad argentina.

La cuestión estética en La gloria de don Ramiro

Al igual que sucede con su temática, la estética narrativa de la obra también recibió fuertes influencias de su contexto. En los inicios del siglo XX (además de la búsqueda de respuesta a un gran dilema: ¿qué es ser argentino?) se manifestaba en un sector de la población argentina cierto optimismo que también existía a nivel global. Eran años en los que muchos consideraban que la limitación de los conflictos bélicos y los avances tecnológicos eran la confirmación de que el ser humano se encontraba en progreso constante. El símbolo de ese progreso, al menos en Buenos Aires, eran las luces, los faroles que iluminaban la ciudad, casi como metáfora del alumbramiento de la oscuridad atravesada en el pasado. A partir de 1914, la Primera Guerra Mundial comenzaría a derribar ese optimismo.

Todo ese “avance”, la creciente modernidad, se extrapoló hacia la literatura a través del modernismo, que tuvo en Latinoamérica características diferentes a las europeas. Si bien se importaron formas prestigiosas del viejo continente, se combinaron con estilos particulares americanos que terminaron conformando una identidad propia. A las influencias del simbolismo y del parnasianismo francés, se le sumaron aportes locales, con el nicaragüense Rubén Darío como principal referente continental, y Leopoldo Lugones, a nivel nacional.

A diferencia del romanticismo, que, al menos en el sentido más estrictamente estético, replicaba la realidad y se centraba en las descripciones, el modernismo surge en un contexto político de cambios, de inestabilidad (sea vista como evolución o involución), y por ello se propone buscar un nuevo lenguaje que acompañe esos cambios. Se trata de evitar las frases hechas y los lugares comunes, y generar originales formas de narración.

Otras de las principales características del modernismo son la intención de rescatar lo espiritual y el misticismo; y la voluntad de no limitarse a las descripciones, sino someterlas a las impresiones que los objetos y las acciones generan.

La gloria de don Ramiro, situada dentro de la corriente literaria modernista, es también influida por una transición importante que se estaba produciendo: la autonomización del campo intelectual. A diferencia de lo que sucedía en el siglo XIX, cuando la figura del escritor estaba supeditada a un programa político o limitada a simple pasatiempo, a principios del siglo XX comenzó a surgir la profesión de escritor, que no sólo significaba la posibilidad de una dedicación exclusiva a esa tarea, sino también el desafío de generar nuevas formas de escribir que enriquezcan ese campo y terminen de diferenciarlo del periodismo o del panfleto político.

Aunque en principio resulte contradictorio que una novela que transcurre en el siglo XVII y copia ciertas estéticas de esa época pueda ser considerada así, Sofía Cardona-Colom define a La gloria de don Ramiro como un modelo de novela modernista. “A los estudios que existen de la novela se les han impuesto preceptivas y convenciones del género de novela histórica, sin considerar que, como texto modernista, practica la experimentación formal y la parodia”, analiza.

Sucede que la construcción realizada por Larreta permite que la obra plantee un retorno a las fuentes, a la cultura española clásica, pero mostrando rasgos modernistas. “Satisface muchas de las expectativas tradicionales de un lector de 1908 –profundiza Cardona-Colom– y, sin embargo, altera, aunque tímidamente aún, la novela tradicional, especialmente en el estilo y mediante la alusión de textos literarios (…) Esta agresión a los marcos de referencia del lector convencional es precisamente la aportación más fructífera del modernismo a la novela del siglo XX”.

Si el modernismo propone abordar nuevas formas de lenguaje, ¿de qué manera se inscribe la obra en ese postulado? Puede decirse que lo hace a través de una corrosión de los límites del narrador. En La gloria de don Ramiro, el narrador no solamente conoce, administra y presenta el lenguaje y la cultura de la España del siglo XVI, sino que, mediante la sutileza, la ironía o hasta la denuncia directa, hace ingresar en la narración una ideología propia del siglo XX. Es de algún modo, una narración del siglo XVI juzgada (de manera poco visible) desde el siglo XX. Para Cardona-Colom, la obra “se debate en una paradoja fundamental: la convivencia del discurso ideológico del Siglo de Oro y la del lector modernista, distanciado de la visión de mundo que suponen algunos comentarios de los personales y del narrador (…) Deja al descubierto la diferencia ideológica del narrador y, por lo tanto, la de su lector ideal con el cual busca complicidad”.

A través de la estructura sobre la que monta la obra, Larreta despliega la ideología dominante en la época del centenario: reconstruye el pasado español, lo acerca con aires de familiaridad, rescata virtudes, remarca defectos y lo termina fusionando con la realidad americana. “La narración va elaborando un proceso de desmitificación de la imagen tradicional de la España del Siglo de Oro y un comentario sobre la relación de la cultura hispánica con el islamismo y lo americano, resultando favorecidas las últimas en detrimento de la primera”, afirma Cardona-Colom.

Adelia Lupi, por su parte, advierte de qué modo el autor consigue empatía entre una narración lejana en tiempo y espacio, y el público lector (la clase dominante argentina del siglo XX): “Larreta, para su novela, elige un tiempo histórico lejano, sí, pero percibido como cercano por aristocrática, íntima y tradicional conformidad cultural; y pone sus pedestales, armoniosamente proporcionados a las estatuas, en la España del Siglo de Oro”. Según la autora, Larreta se identifica con los preceptos del tradicionalismo hispánico, caballeresco y feudal, en contraposición a la centralización monárquica y el nacimiento del Estado moderno y aplastador al que habían dado comienzo los reyes católicos.

¿En qué otras características de la obra puede justificarse su correlación con el modernismo? En su vínculo con lo místico, lo espiritual. “Sin acudir a lo mágico y maravilloso, Larreta ha creado verdaderamente un mundo surreal: aquel mundo evocado con tanta nostalgia y amor nos aparece como flotando en una atmósfera de ensueño; y todos aquellos personajes se espiritualizan en una lejanía de acuario, rodeados por una luz que está pintada en toda su infinita e inconstante variabilidad”.

También el impresionismo, herramienta elemental modernista, tiene una importancia preponderante: “Al impresionismo visivo se une también un impresionismo igualmente rebuscado de los sentidos. Escenas, lugares y personajes están fijados aun por los olores: de los más exquisitos perfumes a los sahumerios afrodisíacos, de los matices olorosos de la naturaleza a los repugnantes de los cuerpos podridos”.

A partir de esa suma de elementos no es posible encasillar a la obra en un género específico preexistente, sino que, acorde a los preceptos modernistas, se encarga de renovar, en mayor o menor medida, el lenguaje narrativo. “La confluencia de estilos en la narración propone una lectura híbrida y victimiza al lector que crea encontrarse ante una novela histórica en estado puro”, sintetiza Cardona-Colom.

Conclusiones

A pesar de que, a primera vista, La gloria de don Ramiro podría ser confundida con una novela escrita en España durante el siglo XVII (la muerte del protagonista ocurre ya comenzada esa centuria), son justamente las dos variables sobre las que se enfoca este trabajo (su contexto y sus elementos estéticos) las que logran no solamente diferenciarla sino también acercarnos a otras posibles lecturas que la obra permite.

Lo interesante es que, pese a que parece adscribir orgánicamente a la ideología imperante en el centenario, en cuanto al intento de generar un renacimiento de la admiración por la cultura española, ese mensaje no termina de ser claro y contundente. Si bien puede advertirse la nostalgia que flota en recuerdo de una España más brillante y justa, la mayor parte de la voluminosa narración se centra en una cultura española ya decadente, corrupta, hipócrita. Los viejos honores (los lazos familiares, la posesión de tierras, la religión, la valentía) son utilizados, en el mejor de los casos, para fines individuales, y en el peor, para fines criminales.

Es probable que el lector (el del siglo XX y también el del XXI) no termine sintiendo cercanía y nostalgia por el honor español perdido, sino una extraña mezcla más cercana al desprecio, al rechazo, a lo indeseable. Por lo tanto, es al menos discutible que la obra (sea por intención o por error) responda completamente al mandamiento ideológico del centenario. Si el objetivo era renovar el amor por España, es posible poner en duda su eficacia.

Esa misma fórmula (mirada en el siglo XVI con el rechazo del siglo XX) es el otro sustento para alejarla de las novelas clásicas e inscribirla en el modernismo. La obra nos permite acompañar el crecimiento de Ramiro y conocer su ideología, que pareciera ser compartida por casi todos los personajes, excepto las clases oprimidas (los sirvientes, los moros). Pero, al mismo tiempo, en pequeñas cucharadas, se va desprendiendo la ideología del narrador construido por Larreta, que es la que permite posicionarlo fuera de época: el narrador no se adapta a la moral del siglo XVI, sino que, a través de la ironía o de lo implícito, realiza un juicio moderno sobre esos hechos del pasado.

Lo que permite pocos reparos es la excelente reconstrucción histórica de la época: detallada, específica, visual, abundante al extremo con excepción del epílogo, del que podría pensarse que, más que un golpe de efecto interno de la obra, es un final apurado por motivos externos a la obra.
El juicio ambiguo (con un pie en el siglo XVI y otro en el XX) y esa reconstrucción intensa le dan una identidad propia y novedosa que permite integrar a la obra a la renovación literaria que proponía el modernismo. Y, aunque ya se ha dicho que su eficacia no es indiscutible, su temática (una mirada sobre la cultura española del pasado) la acerca sin disimulo al contexto histórico del centenario.

Bibliografía

• Altamirano, Carlos; Sarlo, Beatriz (1980). La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos. Publicado en Hispamérica, N° 25-26. Material de cátedra, módulo I, pp. 35-54.
• Cardona-Colom, Sofía Irene (1990). Ironía y sensibilidad modernista: La gloria de don Ramiro de Enrique Larreta. Publicado en Hispania N° 3. Material de cátedra, módulo III, pp. 88-98.
• Di Tullio, Ángela (2006). Organizar la lengua, normalizar la escritura. Material de cátedra, módulo I, p. 16.
• Lupi, Adelia (1983). Historia y modernismo en La gloria de don Ramiro, de Enrique Larreta. Publicado en AIH, actas VIII, pp 229-236. Disponible en https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/08/aih_08_2_029.pdf