Esperá sentado. Darío I, emperador de Persia. |
Durante el gobierno de Darío I (522-486 a.C.), el Imperio Persa alcanzó un gran esplendor, pero sorprendentemente vio detenido su avance por los escitas. Al someter a Macedonia alarmó a los griegos, que enfrentaron a Persia en las larguísimas Guerras Médicas (490-448 a.C.) y sostuvieron su independencia.
Jerjes I (485-465 a.C.) encabezó el ataque persa contra Esparta y Atenas en la Batalla de las Termópilas, pero fue derrotado y terminó convirtiéndose en un déspota.
Artajerjes I (465-424 a.C.) soportó una rebelión egipcia que perduró cinco años, pero abandonó definitivamente los intentos de controlar Grecia tras firmar la paz de Calias.
El gobierno de Darío II (423-404 a.C.) fue caótico y Persia siguió perdiendo poder. Bajo el reinado de Artajerjes II (404-358 a.C.), el imperio persa fue cercado por Esparta y usó un recurso desesperado: compró la ayuda de Atenas para detener a los espartanos.
La debilidad persa era cada vez más evidente. Artajerjes III (358-338 a.C.) enfrentó otra rebelión en Egipto y murió envenenado. El último rey de la dinastía aqueménida fue Darío III (338-330 a.C.), que fue asesinado por el sátrapa Bessos.
El nuevo rey duró poco: fue ejecutado por un muchachito que había heredado el trono de Macedonia hace poco y tenía ganas de expandirlo: un tal Alejandro Magno. Tras su muerte, el territorio quedó en poder del Imperio Seléucida.
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