Marco Porcio Catón (234-149 a.C.) fue cónsul y censor en Roma. En aquellos años, el Imperio Romano era el más poderoso del planeta, y sólo tenía un rival importante: la región de Cartago. Y Catón odiaba a los cartagineses, no sólo por enemigos, sino porque parecían más talentosos y felices que los romanos.
Catón casi no soñaba con otra cosa que con cartagineses. Se obsesionó con ellos. Tanto, que en un momento comenzó a repetir una frase todo el tiempo, aunque no tuviera nada que ver con lo que estaba hablando: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”, que significaba ‘Además opino que Cartago debe ser destruída’.
Imaginemos los diálogos.
Soldado: “¡El pueblo se niega a pagar impuestos! ¿Qué medida tomamos?”.
Catón: “Traigan a los rebeldes ante el emperador… y además, opino que Cartago debe ser destruida”.
Esclavo: “Oiga, don Catón, ¿qué quiere cenar esta noche?”.
Catón: “Prepárenme una sopita, que hace un frío que no puedo más. Ah, y además opino que Cartago debe ser destruida”.
Amante: “Catón, fue una noche increíble. ¿Habías sentido algo así alguna vez?”.
Catón: “Sólo tengo una cosa para decirte, amada mía: Cartago debe ser destruida”.
El destino fue cruel con Catón. Murió en el año 149 a.C. y no pudo ver su sueño por poco: tres años después, durante la última Guerra Púnica, el Imperio Romano destruyó Cartago para siempre. Es cierto: el destino fue cruel con Catón, pero mucho más con Cartago.
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