30 de agosto de 2016

Textos inéditos de Teofania Biertosz (nacida en 1931)

Teofania Biertosz es una costurera, cocinera y escritora nacida en Belarús en 1931. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina. Estos son algunos de sus textos, que cedió con la siguiente dedicatoria:

Como ya no me da la cabeza y las manos no siempre tienen fuerza, te doy lo que escribí. Hay más, pero son cuentos, chistes y dichos que no son míos.

Cómo se fabricaba la ropa en la década de 1930 (sin fecha)

¡Hola todos! Les quiero contar cómo hacían la tela en la época en que mi mamá era joven. Yo lo vi y a veces me tocaba ayudar, por necesidad o por curiosidad. Era un trabajo de mujeres.

Primero, para casarte, tenías que aprender a hacer la tela y la ropa interior para tu marido, y después para tus hijos. Tenías que teñirla con tintura, hacer ropa de vestir, toallas, ropa de cama, ¡hasta los trapos!

Lo primero era compartido con el hombre: tenían que plantar la semilla de lino. Se sembraba como el trigo y la cebada. Se la cuidaba bien de los yuyos y tenía más o menos un metro de altura. Tenía que madurar bien para poder sacar buena semilla para el año siguiente.

Se cosechaba con raíces para no desperdiciar el tallo. Lo que se sacaba se ponía en el mismo campo en forma de alfombra para que se secara bien. Después, con mucho cuidado, se lo levantaba y se le sacaba la semilla, y se los ataba para poder guardarlos en algún lugar seco.

Una vez terminada la cosecha, sigue el trabajo con el lino, ya con la nieve en la cabeza. Unos cuantos vecinos tenían, en la sociedad, una casita fuera de la aldea a la que llamaban "secadero de lino". Ahí había un horno grande, quemaban mucha leña e iban turnándose y ayudándose para secar bien la hoja de lino. Tenían una herramienta para golpear el tallo hasta sacarle la cáscara.

Después, golpeaban con una especie de machetes de madera para que se despegara y quedara la fibra; e iban cepillando, con cepillos hechos de clavos, hasta formar algo como algodón.

Mamá, con eso, hacía el hilo fino; y nosotras, las hijas, hilo más grueso para la ropa de cama o para bolsas. Una vez terminados los hilos, se ponían en un telar y se hacía la tela.

Yo lo hacía cuando tenía 4, 5 años. A los 6, nos fuimos a América y no lo hice más.

El agosto feliz (escrito el 18/8/2005)

Hay muchos recuerdos no agradables de los agostos, pero uno lo recuerdo muy bien. El día y la alegría que tuvimos es el agosto de 1967. Vivíamos en Ukrania y esperábamos con mucha paciencia, después de casi siete años, poder volver a Argentina. Esa Argentina que dejamos en 1956, en marzo.

Nos costó mucho acostumbrarnos a la vida de la URSS. Esa vida dura y fría. La gente que se fue, como nosotros, empezó a volver. Algunas tenían familiares, era más fácil. Nosotros, en cambio, tuvimos que esperar a que algún pariente que tuviera hijos argentinos volviera. Así, en cadena, uno llamaba al otro, "ya nos engancharemos nosotros para hacer una llamada a la Argentina, para poder apoyarse en algo, hacer los documentos".

Y así llegamos, hicimos todo, nos faltaba la entrada al país y que el consulado argentino nos avisara desde Moscú que podíamos salir.

Bueno, era un 18 de agosto. Domingo. Encima feriado, el día que bendecían las manzanas. No se festejaba mucho porque estábamos bajo comunismo, y eso pertenecía a la Iglesia. Pero la gente, en los barrios o aldeas, poco le daban bolilla a eso y se hacían un huequito para la tradición.

Había un cumpleañitos de un chico vecino nuestro. Aprovechamos el festejo, aunque no se festejaban los cumples. Como el cartero no tenía feriado ni domingo, nos trajo una carta. Fuimos a casa, nos encontramos con la esperada llamada, el aviso del consulado. De tanta alegría, nos olvidamos de que era un secreto: gritamos con mi marido, lloramos y tuvimos que repasar todo lo que no contamos.

Claro, los vecinos eran buenos y nos entendieron, pero igual fue como que los despreciamos. No queríamos vivir donde vivían ellos. Y bueno, qué le vas a hacer, alguna aventura en la vida hay que hacer, y acá estamos: de nuevo en Argentina.


Ezeiza (escrito el 14/10/2006)

Linda fecha, lindos recuerdos. Aterrizamos en Ezeiza, hace 39 años. Día de felicidad porque ya se terminó el viaje que tanto esperábamos. Eran muchos años y también había tristeza porque dejamos a nuestros vecinos, y yo a mis seres queridos, para siempre.

Nadie pensaba que se iba a poder viajar de un lado al otro del mundo. Tuvimos la posibilidad y parece que fue ayer.

Mañana, mis queridos hijos Elvira y Alberto cumplirán treinta años de casados. Cuántas luchas, cuántos obstáculos hay que saltar, cuántos disgustos hay que aguantar, pero llegaron, a pesar de todo. Con sacrificio, con paciencia y con mucho amor, todo se puede.

Casamiento desapercibido (escrito el 31/1/2007)

Hace 55 años también era un día caluroso, y yo me casaba. Pero no en el registro: no tenía documentos y tuvimos que casarnos primero en el consulado de la URSS.

Nos fuimos porque así era más fácil, sin problemas y sin faltar al trabajo. Fuimos los dos, Víctor y yo, nadie en casa se había enterado. Papá fue el único, porque tenía que firmar. Nosotros volvimos a casa con la polvareda caliente del sol que, cuando pisabas, hasta la cara te llegaba.

En casa nadie nos esperaba, ni siquiera el agua fría. Teníamos una bomba de agua salada, para más no había plata, porque lo que había era para la fiesta del sábado. Salió una inquilina que vivía en la misma casa, nos felicitó, y eso era todo.

En casa, todos ajenos a todo eso. Víctor no tenía familia, sólo un hermano. Yo tenía a mis hermanas menores, pero no sé si se daban cuenta de todo. La mayor era tan sobradora en sus palabras: hasta cuando me medía el vestido blanco que ella me hacía. Era tan pesado que no me lo quería poner. Ese fue mi día feliz.


Sentirte triste a los 75 años (escrito el 2/2/2007)

Con 33 grados de calor, todo en silencio. Yo, como siempre, después de la siesta, sentada, pensando y repasando mi vida. Ya tengo 75 años y hoy cumplo 55 de casada. Es mucho, ¿no? Pero no encuentro un día de felicidad. Hubo muchos días en los que supuestamente tenía que estar feliz, pero si lo fui no es por algo de mi vida, sino de la de mis hijas.

De la mía no recuerdo nada feliz, ni siquiera el día del casamiento. Todo fue como una obligación, un compromiso, una carga que uno se ponía en la espalda, sin ninguna ayuda, y todo porque así es la vida: escoger una persona, firmar un papel, agarrarse del carro y tirar sin pensar que alguien tiene que empujar ese carro para que te sea más liviano.

Así fue toda la vida. No se podía ser feliz porque sólo debés serlo por dentro, no tenés que reírte o divertirte: eso no, porque tenés hijos y marido. Y reírse solo con el marido no es diversión, es sólo una responsabilidad más, o sea un agregado más para los celos. Por eso no encuentro un día en el que haya sido todo feliz.

Pensaba que había sido muy buena para elegir vivir, atenta a todo, a atender el marido, criar bien las hijas. Bueno, esa no era la pesadilla, eso lo hice con mucho cariño, aunque no sé bien que es cariño porque no lo tuve, no tuve una palabra cariñosa ni un abrazo cariñoso, todo era por obligación.

Pero acá estoy, con mis 55 años de sacrificio, la espalda siente mucho cansancio. Yo todavía estoy esperando a ser feliz, hacer lo que deseo, no estar ahogada ni de celos ni de incomprensión. Aunque sea en la vejez, ser valorada.


Soñar con los que ya no están (escrito el 29/9/2007)

Hoy era una buena tarde, de mucho esperar. Vino mi amiga de hace 60 años, hemos charlado tomando mate y brindamos por los 40 años que pasaron desde que dejé mi casa en Ukrania, donde viví casi 11 años.

Recordamos nuestra niñez, cómo íbamos descalzas al colegio, cómo trabajábamos en la chacra, y cuando íbamos a bailar. También que no conocíamos las fechas de los cumpleaños. Aunque eso nadie lo va a creer, es verdad, porque nadie nos enseñó, ni a cómo ver la hora en un reloj: yo lo aprendí a los 18 años, cuando vine a Buenos Aires, porque antes vivimos en Paraguay, desde 1938 hasta 1949.

Refrescamos las cabezas y después, el miércoles, fui a su casa porque ella tenía una verdura para sopa y en mi quinta se secó. La fui a buscar y seguimos con nuestros recuerdos. No piensen que no nos vimos durante 10 o 20 años: nos vemos cada mes y nos hablamos por teléfono. Tenemos mucho para hablar porque ya somos bisabuelas; pero eso me removía tanto la cabeza que a la noche siguiente soñé con mi casa de Paraguay, donde viví desde los 6 años hasta los 13.

Estuve todo el día llorando por el sueño. Vi a mis padres, que estaban allí en el pueblo. Yo, preparando a mis tres hermanitas para ir con ellas, para que nos vieran aunque sea un poco (ellos están muertos).

Era un sueño y, a esa altura de la vida, allá en Paraguay, vi que delante de mi casa pasaba el colectivo. Nos preparábamos y contamos cuánto saldría pagar el boleto para mí y mis tres hermanitas. Pero no lo logré, y los viejos cambiaron de lugar y no nos hablaron.

Me desperté sin nada, sólo lágrimas. Las que no cayeron me quedaron en el pecho para todo el día. Por eso quiero escribir: para provocar esto, romper el globo de lágrimas en el pecho. Lloré, lloré y sigo llorando. Es un sueño, pero también son mis padres.

Gracias por leer. Vos leé y yo voy a seguir llorando, así alivio el alma. Yo soy Baba.


Ser mujer en los años 50 (sin fecha)

¿Y qué es ser feliz, qué significa esa palabra? Creo que la estoy estudiando con mis nietos, estoy aprendiendo. No sé seguro, pero quiero creer que cuando los veo sonreír estoy feliz, siento algo distinto a todos los días.

De tristeza sé mucho, de que me traten de inútil, de mala y mentirosa, de estorbo en la familia. Esto no era ni es nuevo. Nunca en nuestra familia, ni la que heredé por parte de mi matrimonio, fue lo mismo. Tampoco en mi matrimonio fui feliz, trataba de ponerme en el lugar de la mujer fiel y decente, trabajadora, buena madre, que cocinara todo bien aunque hubiera sólo papa, pepino y un kilo de tocino por semana. Que fuera como un banquete.

Claro, sin gente: nunca le gustaba que alguien viniera a participar. Esa cara de no querer a nadie y llena de celos en cada palabra. Yo aprendí bien: si querés que nadie de tu familia o de tus vecinos conozca tu vida, boca cerrada. Y si abrís, todo con sonrisa y dulzura.

Por el lado de mi familia estaba mejor, estaban lejos y por eso no sé qué es "feliz". No había palabras cariñosas ni compartía conversaciones felices. Si se trataba de salir, de eso olvidate, el hombre tiene que dormir porque trabaja.


Para mi nieta Gaby (escrito el 24/6/2005)

Parece hoy, pero ya son cinco años, si no me equivoco, que mi nieta se fue a Bariloche, y le falta un mes para cumplir 23 años.

Ojalá que estos 23 añitos cambien el rumbo de su vida. Si yo pudiera soplar el viento para el lado de la suerte, ¡cómo lo haría! Lo giraría 180 grados al norte, le cambiaría todo si es lo verdadero que ella siente.

Dios, quiero verla feliz comenzando la vida, que le sirvan esos 23 añitos y muy bien. Bueno, vieja, falta un mes. Aguantá y después verás cómo se porta el año número 24.

Chicos, los quiero mucho, no sé qué será de todo ese querer.

Para mi nieta Vane (escrito el 20/1/2007)

Y ya llegamos, Vane. Nuestra alegría, de toda la familia. La chispita que se prende cuando ve que el fuego se apaga. Ella está lista para divertirnos y ya cumplimos un cuarto de 100. Ojalá que te vea unos cinco más. Bueno, eso no se sabe.

Querida Vane, disfrutá tu vida, lo que puedas. Lo único bueno es divertirse disfrutando, trabajando en lo que querés; y yo te veré sonreír y estaré feliz.

Chicos, eso va para todos: no quiero mucho, no les pido mucho. Un abrazo muy fuerte y una sonrisa natural, sin prefabricar. Eso me alcanza: que sean felices. Y yo lo seré viéndolos.


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