En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
Borges
Hace unos días me causó sorpresa un simple dato: el ajedrez se originó en el siglo VI d.c, es decir, es anterior a la pólvora, los códices, la brújula y cualquier juego de mesa que puedan imaginarse. Tal antigüedad podría ser aún mayor porque los investigadores no han llegado nunca a conocer a ciencia cierta cuál es el siglo exacto en el que se creó el ajedrez, ya que del siglo VI data únicamente su primera mención documentada.
Hay que aclarar algo: este juego, como todas las realizaciones del hombre, ha evolucionado con el tiempo y los primeros juegos que se sospechan que pudieron haber sido abuelos del actual ajedrez eran bastante diferentes al mismo. Entre ellos están el Chaturanga de la India (quizás el más probable antecesor por sus similitudes), el Xiangqi proveniente de China y el Shatranj de Persia; todos aquellos, entre otros, tenían rasgos similares pero también marcadas diferencias: el tablero del Xiangqui, por ejemplo, representaba un río que lo atravesaba por la mitad y un palacio del cual el rey no podía salir.
Para agregar más confusión al asunto, existe una vasija griega del 500 a.C. que representa a los héroes griegos Aquiles y Ayax jugando con un tablero con fichas, lo que ha dado sostén a la teoría de un sorprendente antepasado del ajedrez en occidente. Resulta probable, también, que todos estos juegos hayan sido versiones diseminadas a lo largo de la ruta de la seda por todo el mundo conocido, es decir parte de un mismo juego pensado por toda la humanidad en diferentes lugares y al mismo tiempo durante siglos enteros. Esta posibilidad es la más me convence, no sólo porque auna las distintas teorías, sino también porque la idea de una creación pacífica y colectiva de mentes anónimas y universales oculta una magia digna de un juego tan genial.
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