Imagen de Federico II |
¿Cómo sigue la historia? El siglo XIII fue una época de clara decadencia para el Sacro Imperio. La Iglesia católica volvió a imponerse como el máximo poder en Europa, y las ciudades fueron ganando cada vez mayor independencia. Uno de los principales motivos por los que pasó eso es que el imperio se había conformado gracias a la entrega de tierras y beneficios a la clase alta para que apoyaran al emperador; pero, por eso mismo, el emperador nunca pudo acumular riquezas y aumentar su poder, ya que las tierras estaban en poder de la clase alta.
Enrique VI (1191-1197) pudo solucionar el conflicto con las ciudades italianas que formaban parte del imperio. Su boda con la heredera del reino de Nápoles-Sicilia afianzó el poder alemán. Pero cuando Federico II (1216-1250) llegó al trono, la situación se había tornado negativa.
Con una política paciente, reforzó su poder en Sicilia, llegó a un acuerdo con las principales familias sellado en el ‘Estatuto a favor de los príncipes’ (1232) y dominó a la Liga Lombarda. "Dio pruebas de su temperamento organizando Cruzadas contra la voluntad del papado", explicó el historiador José Luis Romero. Por eso, fue excomulgado por el papa Inocencio IV, que luego convocó a un concilio en Lyon para quitarle el cardo de emperador.
Federico II conservó el poder manteniéndose a la defensiva hasta su muerte en 1250. Durante su gobierno, la había dado importancia a las artes y a la ciencia.
Llegó entonces el "gran interregno alemán", donde no hubo emperador. Las ciudades empezaron a crecer en importancia a medida que crecía su población y se desarrollaban la artesanía y el comercio.
En 1273 se eligió como rey a Rodolfo de Habsburgo (1273-1291), porque se lo consideraba débil y eso ayudaría a que la clase alta acumulara mayor poder y riquezas.
La figura de emperador recién volvió a utilizarse con Enrique VII (1308-1313), que intentó, con poco éxito, recuperar el poder que el imperio había perdido.
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