Las personas que profesaban la religión judía vivían en Europa en condición de extranjeros: como si no pertenecieran a ese territorio.
Practicaban profesiones artesanales y comerciales, medicina, préstamo y cobro de impuestos, lo que les permitía enriquecerse al tiempo que se generaba contra ellos cierto desprecio de parte de los cristianos.
Poco a poco fueron apareciendo falsas denuncias contra ellos: los acusaron de corruptores de mujeres cristianas y asesinos rituales de niños. Desde el siglo XII tuvieron que encerrarse en pequeños espacios para protegerse.
En Francia, fueron expulsados de los dominios reales en 1182. Y en Inglaterra se produjo su expulsión general a fines del siglo XIII.
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