"La clases no privilegiadas acudían al llamado de la monarquía, para colaborar con ella no sólo en el objetivo inmediato de abatir a las clases señoriales, sino también en otro de más alto vuelo, que era el de construir una nación de más amplia base económica, social y política que la tradicional. Pero ese llamado tenía su precio, y la monarquía se mostró remisa en cumplir con sus compromisos. Las clases no privilegiadas aspiraban ahora a tener en la vida nacional un papel activo, pero aspiraban también a que ese papel proporcionase a cada uno otras condiciones de vida, las que parecían reconocerle los tratadistas del derecho natural, los legistas, los predicadores, los cortesanos legalistas. Frente a la decepción, doblemente grave en virtud de las circunstancias económicas y sociales creadas por la crisis, esas clases no privilegiadas intentaron la revolución, una revolución que constituye, por sus caracteres, el antecedente directo de las revoluciones burguesas de la Edad Moderna, y que naturalmente debían frustrarse por la inmadurez de las ideas y las aspiraciones. Pero ese fracaso revelaba nada más que eso: la inmadurez; de ningún modo la inoperancia histórica de las fuerzas que desencadenaron el movimiento".
Extraído del libro La Edad Media, de José Luis Romero
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