Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura
En la historia de la humanidad hubo muchas personas de bien, las cuales, ante la injusticia de las autoridades y las instituciones, no podían reaccionar sino a través de métodos algo violentos pero enormemente justificados. El primero y más famoso es un personaje conocido por todos: Robin Hood.
Lo que Robin hacía junto a sus compañeros era asaltar a los ricos que atravesaban el bosque de Sherwood en Inglaterra, allá por el siglo XIII o XIV (depende las diferentes versiones); evitaba las muertes y ofrecía hospitalidad, dinero y protección a quienes lo necesitaran.
Muchos dicen que estaba inspirado en un bandido italiano llamado Ghino Di Tacco, pero les puedo asegurar que nada que ver, primero porque Ghino nació en la segunda mitad del siglo XIII, época de la que procede la tradición inglesa (recordemos que, en la Edad Media, Inglaterra e Italia eran países mucho más desconectados); y segundo, porque la leyenda dice que Ghino terminó aceptando el perdón y los favores del papa, y terminó su vida siendo parte de la nobleza (clase privilegiada), algo que el buen Robin jamás hubiera tolerado.
Mi parecer es que forajidos justos como Robin abundaban en Inglaterra y demás países oprimidos por la Iglesia, por los emperadores y los nobles locales. Es una opinión que apela al sentido común: ¿cómo imaginar que todo un pueblo aceptara pasivamente regímenes tan desigualitarios, déspotas y cruentos como los habidos en la Edad Media?
La ausencia de sus identidades en la Historia es algo predecible, pero hay ejemplos posteriores como José María “el Tempranillo”, quien asaltaba a latifundistas en la España del siglo XIX y repartía el dinero en los poblados cercanos; o Segundo David Peralta, alias “Mate cosido”, que robaba a empresas internacionales en la Argentina del siglo XX y jamás mataba a nadie.
Es bueno recordarlo: detrás de su arco de madera de arce, su amor por Marian y la compañía de Pequeño Juan y el fraile Tuck, Robin encarnó el ideal de justicia de la clase oprimida.
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