4 de octubre de 2015

Monografía sobre "Cartas de un porteño" [1876]

Cartas de un Porteño y el sentimiento antiespañolista en el siglo XIX
por Martín Estévez

Resumen de la hipótesis desarrollada
Tomando como eje la polémica recopilada en Cartas de un Porteño sobre el rol de la Real Academia Española de Letras durante el siglo XIX, en esta monografía se intenta desarrollar una idea cuya hipótesis central es que el rechazo de Juan María Gutiérrez a la membresía en la Real Academia no se trata de una decisión individual, sino que forma parte del amplio desdén que un sector de la sociedad argentina sentía hacia la cultura española.

Introducción
El 4 de enero de 1876, el poeta Juan María Gutiérrez (Buenos Aires, 1809-1878) recibió una carta enviada por el Secretario de la Real Academia Española de Letras en la que se le anoticiaba que había sido honrado con la membresía en esa antigua y prestigiosa institución. Sin embargo, un día después, Gutiérrez rechazó ese nombramiento a través de un texto titulado Carta al Señor Secretario de la Real Academia Española, en el que expone, por momentos sutilmente y por momentos con especificidad feroz, los argumentos de esa negativa. A partir de entonces, comenzó un intercambio de tipo epistolar con el escritor y crítico Juan Martínez Villergas que fue publicado en los periódicos La Libertad y Antón Perulero, en el que comenzaron debatiendo sobre la decisión de Gutiérrez y el rol de la Real Academia Española, y terminaron, casi sin darse cuenta, transformando el debate en un cruce de ataques personales. En este trabajo, sin embargo, enfocaremos en la premisa inicial e intentaremos contextualizar la decisión de Gutiérrez para comprender más profundamente sus motivos.

Un poco de historia
La respuesta de Gutiérrez dista por completo de estar basada en un encono personal o en una mera decisión individual; es en realidad consecuencia de un proceso histórico iniciado mucho tiempo atrás, incluso antes de su nacimiento.

Desde la llegada de los españoles a América, a fines del siglo XV, el territorio que actualmente pertenece a la Argentina cayó bajo dominio español. Durante más de trescientos años, las culturas originarias (primero) y los mulatos, mestizos, criollos, etc. nacidos en el territorio (después) fueron gobernados por emisarios de la corona española. El genocidio perpetrado por los europeos consiguió arrasar con la población original y generar un marco acorde para trasladar e imponer sus pautas culturales; sin embargo, con el paso del tiempo, resultó evidente que el dominio no era completo ni totalmente eficaz, y comenzaron a alzarse voces contra los representantes del rey.

A principios del siglo XIX, la población del entonces llamado Virreinato del Río de la Plata empezó a organizarse para oponerse al poder español, dando inicio a una confrontación que llegaría a su punto cúlmine con la Revolución de Mayo (25 de Mayo de 1810) y, luego, con la Declaración de la Independencia (9 de Julio de 1816). La futura Argentina, así, se rebelaba de modo contundente contra sus opresores.

Entre la población, a partir de aquellos años de lucha, fue alimentándose y creciendo un sentimiento antiespañolista. No solamente como respuesta lógica a la subyugación sufrida en el pasado, sino porque la generación de intelectuales y militares posterior a la que había llevado adelante aquella revolución consideraba que la cultura española era la más rezagada de Europa, el atraso, el freno al progreso; especialmente en comparación con la de Francia: la Revolución Francesa había sido espejo e incentivo al momento de luchar por la independencia, y seguiría siendo, al menos para una parte importante de los intelectuales argentinos, el modelo a seguir durante el resto del siglo XIX.

Entre aquellos que denostaban a la cultura española y admiraban a la cultura francesa, al punto de querer trasladarla en todos los niveles posibles a la idiosincrasia argentina, estaba justamente Juan María Gutiérrez. Gutiérrez, que además de escritor se había desarrollado como estadígrafo, historiador, agrimensor y jurisconsulto, era un respetado representante de aquel grupo que promovía el liberalismo (político, pero especialmente comercial) en el país. Formó parte del Salón Literario organizado en la librería de Marcos Sastre en la que aquellos intelectuales, luego conocidos como “La generación del 37”, desarrollaron, expusieron y debatieron sus opiniones y puntos de vista sobre modelos políticos y culturales. Una vez disuelto el salón, fundó junto a Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría la Asociación de Mayo, dedicada a estudios históricos.

La generación del 37 y su relación con la cultura española
Algunos de los puntos en los que coincidían aquellos jóvenes que se reunían en la librería de Sastre eran la fascinación por la cultura francesa que había llevado adelante la revolución de 1789, y el desprecio por la cultura española. Los documentos que aquellas reuniones dejaron son elocuentes sobre su posición.

“La España nos hacía dormir en una cuna silenciosa y eterna” , expresó Juan Bautista Alberdi en relación a la imposibilidad de progresar que, según él, se presentaba al ser gobernados por un país culturalmente estancado. “Verdad es que la España entonces era la más atrasada de las naciones europeas y que nosotros, en punto de luces, nos hallábamos, gracias a su paternal gobierno, en peor estado” , se sumaban las palabras de otro prestigioso asistente al salón, Esteban Echeverría, autor de dos obras fundantes de la literatura argentina: La Cautiva y El Matadero.

Más de un siglo después, el escritor y crítico literario Noé Jitrik también hizo hincapié en ese punto: “Los Echeverría, Gutiérrez y Alberdi abominaron en su momento la cultura española tradicional, la consideraron anacrónica e imitada, preconizaron la libertad respecto de las formas que podían haber impuesto y que podían querer seguir imponiendo”.

En definitiva, el sentimiento contra todo lo español fue compartido por una clase (la intelectual) durante un momento determinado (siglo XIX); clase y momentos a los que perteneció Juan María Gutiérrez.

Sarmiento y la desespañolización
El proyecto que la generación del 37 soñó y comenzó a elaborar se vio truncado durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas (1836-1852), que relegó a las ideas liberales provenientes de Francia y lideró un Estado con fuerte control sobre aduanas, mercados e importaciones.

Muchos intelectuales anti-rosistas se exiliaron, entre ellos Gutiérrez (vivió en Montevideo y Chile) y un personaje que sería fundamental en las siguientes décadas del país: Domingo Faustino Sarmiento. Ya en 1945, con la publicación de Facundo: civilización y barbarie, además de expresar claramente su postura contra Rosas, también fijó posición en cuanto a las jerarquías de las culturas europeas.

“A Sarmiento no le atrae España, cuyos resultados de su política colonial están delante de sus ojos. Se nutre con el espíritu francés del siglo XIX” , explicó el historiador y periodista Miguel Ángel Cárcano. Tan efusivo era el rechazo que Sarmiento sentía por la cultura española que, tal como apunta Emilio Carilla, necesitó inventar un nuevo término, utilizar un neologismo para manifestar su deseo: la desespañolización de la Argentina.

Cuando el gobierno de Rosas llegó a su fin, comenzó a desarrollarse el proyecto liberal de Sarmiento y, también, de la generación del 37, cuya ideología (que incluía el sentimiento antiespañolista) se expandió y se convirtió en hegemónica. Y en ese contexto, claro, también está imbuido Gutiérrez, adherente a las ideas sarmientinas y a los modelos de la “otra Europa”: Francia, Inglaterra, Alemania. Gutiérrez fue miembro del Congreso Constituyente de 1853 y uno de los redactores de la Carta Magna. Además, ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores y, entre 1861 y 1874, fue rector de la Universidad de Buenos Aires.

Juan María Gutiérrez: cuarenta años de rechazos
Evidentemente, el desagrado de Gutiérrez al recibir el “honor” de ser nombrado como miembro de la Real Academia Española no resulta tan sorprendente si se persiguen las huellas de su relación con esa cultura. Ya en los discursos que realizó durante las reuniones del Salón Literario de 1837, posteriormente recopilados, la atacaba sin disimulos. Basta con mencionar cuatro ejemplos puntuales:

1) “La nación española (…) nunca ha salido de un puesto humilde e ignorado en la escala de la civilización europea”.
2) “Esos tesoros (los de la cultura española) son como los del avaro, estériles para sus semejantes”.
3) “Busco algún descubrimiento, algún trabajo inmortal de la razón española, y no le encuentro”.
4) “Nulas, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nosotros divorciarnos completamente con ellas” .

Si Gutiérrez despreciaba el atraso español, lo contrario le sucedía respecto del liberalismo francés que reinaba en la Europa poderosa. “Francia, colocada como centinela avanzada del mundo intelectual, no permite que una sola idea se pierda o desvirtúe, de cuantas emiten los hombres de todos los climas, en todos los idiomas” , se maravillaba. E incluso, ya en la década de 1830, reclamó un intento de alejarse del idioma español y comenzar a incorporar vocablos de otras lenguas: “Es necesario que nos familiaricemos con los idiomas extranjeros” .

Cartas de un porteño: una declaración ideológica
Ya superadas las etapas previas, en 1876 la Argentina es mucho más parecida a la que soñaron Sarmiento, Gutiérrez y compañía, que a la que intentó crear Rosas. Al recibir el nombramiento de la Real Academia Española, Gutiérrez cuenta ya con 67 años y es considerado uno de los principales intelectuales sudamericanos del siglo XIX. Sus textos referidos a la membresía, recopilados en Cartas de un Porteño, son publicados en uno de los periódicos más difundidos de Buenos Aires. Vayamos directamente al análisis de la primera declaración de principios, la Carta al Señor Secretario de la Academia Española.

En el comienzo del texto, Gutiérrez trata con fingido respeto, admiración y, por momentos, adulación, a los representantes de la Real Academia. Frases como “me apresuro a satisfacer sus deseos”, “le suplico” o “manifiesto mi más profunda gratitud” son certeros ejemplos de la formalidad que intenta darle el autor a un rechazo que, sabe, resultará literariamente violento. No son más que herramientas que utiliza para demostrar que tiene la capacidad de manejar el lenguaje pulcro y cordial que intenta imponer la Real Academia, pero que lo que realmente sucede es que no le interesa que nadie se lo imponga, ni a él ni a todo un país, dejando también en claro que no es para nada ingenuo respecto de los reales objetivos de la institución.

Gutiérrez basará su discurso en las imposibilidades de cumplir con el estatuto que rige a la Real Academia Española. Otra vez no se trata de imposibilidad por incapacidad, sino de imposibilidad por falta de deseo, o de coincidencia ideológica. Puntualmente, apunta al artículo 1º del estatuto, que afirma que el objetivo es cultivar y fijar la pureza y elegancia de la lengua castellana. Gutiérrez disparará desde distintos ángulos para negar la posibilidad de cumplir ese mandamiento: dirá que la lengua castellana que llegó a la Argentina nunca fue pura; opinará que, incluso de haber sido así, es deseable que ninguna lengua sea “fijada” sino que evolucione a medida que es usada; y como estacada final explicará que, en caso de existir intelectuales que dirigieran la evolución de una lengua, deberían ser los pensadores y no los gramáticos los encargados de realizar ese trabajo.

En la Argentina “cultivamos la lengua heredada”, comienza a explicar Gutiérrez, pero no podemos aspirar a fijar su pureza y elegancia por razones que nacen del estado social que nos ha deparado la emancipación. En otras palabras: no hay posibilidad de hablar sólo en español cuando ya no somos españoles, sino un pueblo que fue colonia española ochenta años atrás. Como se han ido mezclando las razas que viven en la Argentina, también se han mezclado las lenguas. Y la introducción de otras lenguas en la cultura nacional generó que las ideas y costumbres que esas lenguas representan se introduzcan también. Gutiérrez está diciendo, con algo de disfrute, que los argentinos somos cada vez menos españoles. Se han adoptado en nuestra patria “los libros y modelos ingleses y franceses, particularmente estos últimos” , para satisfacer el anhelo de ilustrarse, de adquirir mayores y mejores conocimientos que los que España estaba en condiciones de ofrecer.

Para graficar mejor el cruce idiomático que reina en la Buenos Aires de 1876, Gutiérrez remarca que por la ciudad resuenan los acentos de todos los dialectos italianos, el catalán, el gallego, el francés, el galense y el inglés.

En cuanto a la polémica sobre la fijación del lenguaje, su postura es sólida. Afirma que los argentinos están inhabilitados para intentar siquiera la inmovilidad de la lengua, no sólo el castellano puro que reclama la Real Academia, sino que también ese castellano influido por otras lenguas que se escucha en Buenos Aires. Quienes siguen carreras liberales, explica, no pueden mantener el mismo lenguaje que se utilizaba siglos atrás. Y mucho menos al enfocar en quiénes son los que lo utilizaban: “Escritores ascéticos y publicistas teólogos de una monarquía sin contrapeso” , en las duras palabras de Gutiérrez. Su sentimiento antiespañolista va remarcándose caracter a caracter, va desarrollándose hasta envolver todo el texto.

El debate con Martínez Villergas
El rechazo de Gutiérrez tal vez hubiera quedado limitado a ese texto si no hubiera sido por la aparición en escena de Juan Martínez Villergas (1816-1894), escritor y periodista español. En Antón Perulero, confrontó las opiniones de Gutiérrez en una seguidilla de artículos publicados durante enero, febrero y marzo de 1876. Le critica varios puntos de su texto, entre ellos la dilación para responder al nombramiento (decidido en diciembre de 1873) y el hecho de que se refiera a un diccionario publicado por Nicolás María Serrano como si se tratara de un diccionario legitimado por la Real Academia. Y sugiere que los miembros de esa corporación, al leer la respuesta de Gutiérrez, comprobarán que él no merecía la distinción.

Como uno de sus principales argumentos para defender el trabajo de la Academia, Martínez Villergas se refiere a necesidades jurídicas. “Redactar las leyes de todo país de manera que no se presten a diversas interpretaciones” , dice, es imprescindible, y para eso es necesaria una fuerte legislación de la lengua.

Gutiérrez, bajo el seudónimo de “Un porteño”, se dedica a responder, en el periódico La Libertad, a los textos de Martínez Villergas. En la Primera carta, repasa la historia de la Real Academia Española y sugiere que su creación fue un intento de la corona de esclavizar el lenguaje: “A Felipe V restábale esclavizar lo único que quedaba libre en España: el idioma” . Y con otra frase deja claro su sentimiento antiespañol: “Los americanos, cuyos heroicos padres batallaron durante catorce años por conquistar la independencia, no pueden afiliarse a comunidad alguna peninsular cuyos miembros, como en tiempo de Felipe V, tienen todavía a honra besar la mano de un hombre y llamarse sus criados” .

Un día después, en la Carta segunda, niega la pureza de la lengua española: “Ninguna nación ha creado de la nada y de un soplo la lengua que habla, y la española menos que ninguna, pues la debe a sus conquistadores los romanos” . Y enseguida aparece la Carta tercera, donde trae a discusión la existencia de la profesión de escritor. “Aquí nadie vive de las bellas letras (…) No hay Peruleros que lleven el retablo de las maravillas de su espíritu de feria en feria, trocando sus majaderías por el dinero de los bobos” , escribe apuntando a Martínez Villergas. Comienza de a poco a deslucirse el debate entre uno y otro, a transformarse en un duelo individual en vez de una reflexión culturalmente abarcativa.

En la Carta quinta, ya no hay sutileza en Gutiérrez: “Los gérmenes de cultura intelectual que sembró España en sus colonias de América fueron malos y perjudiciales” , denuncia. Para él no hay grises ni equilibrio: la cultura española es una enfermedad que la Argentina debe seguir expulsando. Es evidente que no se trata de la Real Academia puntualmente, ni del lenguaje en particular, lo que repugna a Gutiérrez es todo lo español, incluyendo la defensa que Martínez Villergas hace sobre su cultura natal. Recién en la Carta octava, tal vez como as en la manga, Gutiérrez explica que lo que se retrasó dos años no fue su respuesta a la membresía, sino la llegada de ese reconocimiento a sus manos, relacionando sutilmente el atraso en el envío con el atraso global de la cultura española.
Martínez Villergas reaparece el 3 de febrero con El matemático Gutiérrez. Tal como decíamos, en estos textos ya no se enfoca sobre la Real Academia y el lenguaje, sino directamente sobre la obra de Juan María Gutiérrez, tratando de denostarlo. Villergas toma textos sobre matemáticas e historia, y enumera sus errores en claro afán destructivo.

Gutiérrez pone fin a su participación en la polémica con las cartas novena y décima, en las que critica la obra individual de Villergas en tono burlón y, finalmente, resume su posición en el conflicto. El español, evidentemente ofuscado, prosiguió durante otros siete textos su ataque contra Gutiérrez. Artículos repletos de ironía, acidez y revanchismo. Examina las poesías escritas por el argentino sólo para encontrar sus debilidades y errores. Lo que intenta demostrar Villergas, en realidad, es que Gutiérrez no merecía la mención de la Real Academia. Pero parece no darse cuenta que, al hacerlo, atenta contra la institución, ya que, de algún modo, la acusa de haber otorgado la membresía sin hacer el análisis previo imprescindible.

Conclusiones
Según lo expuesto, existen dos ejes sobre los que gira la polémica entre Gutiérrez y Martínez Villergas, y ambas los trascienden, porque se trata de conflictos de gran dimensión social.

El primer eje, el más específico, apunta al rol de Real Academia Española de Letras. Pero no al papel que cumple en España (Gutiérrez y Martínez Villergas no se extienden demasiado sobre ese tema), sino en América, puntualmente en los países que habían sido colonias españolas.

Gutiérrez es la voz de la clase política dominante en la Argentina de la década de 1870, más específicamente de su ala intelectual, arraigada al liberalismo francés. Ese sector desprecia la ciencia y la literatura española, la considera atrasada, y por lo tanto traslada ese desprecio al lenguaje en sí. Considera que, si España ha quedado desfasada, es por culpa de sus instituciones, y por lo tanto hay que evitar copiarlas y adoptar sus ejemplos. Encuentran en la Real Academia a una de esas instituciones atrasadas, y por ello la desprecian. No se trata de detalles, de formas, de estructuras sintácticas: se trata de un rechazo global, absoluto.

El segundo eje del debate se mezcla inevitablemente con el primero. Ya no se trata de la Academia ni del lenguaje, ni siquiera de la ciencia, sino del enfrentamiento visceral, intenso, de la cultura dominante en la Argentina con la cultura española. La forma de vestir, de pensar, de relacionarse, las tradiciones: en la Argentina post Rosas, la Argentina liderada por Sarmiento y apoyada por Gutiérrez, España es la fuente de todos los males, la raíz podrida, la marca de un pasado de humillaciones. Liberarse de España no es un trabajo que terminó en 1810, ni en 1816. La desespañolización que pedía Sarmiento es un trabajo que se libra en la batalla diaria.

Es en estas conclusiones en donde se apoya la hipótesis inicial: Gutiérrez no rechaza al Secretario de la Real Academia Española de Letras, ni a la membresía, ni a la Real Academia en sí, ni a Martínez Villergas. Gutiérrez rechaza a la cultura española en general, y utiliza a la Real Academia como símbolo de ese rechazo. Y, aunque lo realiza de modo individual, este rechazo no es una particularidad de Gutiérrez, sino un rechazo compartido, impulsado y difundido por Sarmiento, por Echeverría, por toda una generación de intelectuales argentinos que querían liberarse del yugo español, en todas sus formas, para abrazar a Europa, sí, pero a otra parte de Europa, la que consideraban adelantada, progresista, admirable: la Europa liberal que no sólo terminaría imponiendo sus ideales y programas en la Argentina, sino que sería germen del actual e injusto sistema capitalista.

2 comentarios:

  1. HAY UN ERROR!! La fecha del gobierno de Rosas es 100 AÑOS ANTES!! .." de Juan Manuel de Rosas (1936-1952), " 1852!!

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    1. ¡Tampoco me grites! Fueron sólo dos numeritos, en el texto se nota que entendía que estaba hablando del siglo XIX. Ya lo arreglé. ¡Gracias por avisar!

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