Por Victoria Estévez
Empiezo por contar que la profesora de literatura en la que más confiaba me tuvo dos meses buscando por todos lados un libro que se llamara La Muerte de Iván el tonto. Son dos libros diferentes, pero parece ser que Ivan Illich también es un tonto. Como obra literaria, comparada a otras de Tolstói, resulta bastante corta, lo que no es malo: se puede leer tranquilamente en un día o en doce, a gusto del consumidor.
Iván Illich es un ser humano, y por ser ser humano, es mortal. Es tan humano que no cuesta representarlo en la figura de algún conocido, familiar o en nosotros mismos. De hecho, el leerlo me hizo sentir más humana.
Si tuviese que elegir títulos alternativos para la historia, estaría entre Vida y muerte de Iván Illich, o La gran mentira de Iván Illich.
Tolstói, al escribir, suele parecer exagerado con los sentimientos, la amargura y desesperación, pero me cuesta un poco admitir que tuve monólogos en mi cabeza que son casi o tan desesperados como los de sus personajes, y lo más probable es que quien lo lea siendo honesto con sí mismo lo sepa también.
Mis capítulos favoritos son el IX y el XII. Todavía recuerdo que, al terminarlo, tenía la piel de gallina.
Como consejo de lectura, si no se tiene ningún conocimiento de francés, está bueno tener un smartphone cerca para buscar algunas frases sueltas que aparecen (nunca tantas como en Rayuela, por ejemplo), que además después se pueden aprovechar para quedar más cosmopolita, canchero y culto al utilizarlas mal en una oración, comme il faut.
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