Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura
El Martín Fierro es tenido en la opinión general como la obra literaria más representativa de la tradición argentina. Hernández, al escribir el poema, imita la forma de hablar que tenían los antiguos gauchos y, por eso, el poema se torna bastante difícil de comprender en varios de sus pasajes.
La historia es conocida por muchos: un gaucho sufre la injusticia de ser tildado de vago y es obligado a luchar en la frontera contra el indio pese a tener una hacienda, hijos y una esposa que cuidar. Pasado un tiempo, tras no recibir su paga y ser blanco de muchos maltratos, abandona el ejército.
Al volver a su hacienda, encuentra la casa quemada y vacía de sus seres queridos. Por tanta tristeza, sumada a que desertar del ejército era un crimen de gravedad, Fierro se convierte en forajido. En esa situación, huyendo de pueblo en pueblo, cae un día a una pulpería completamente borracho y mata a una persona (el poema resalta su piel de color negra), no sin antes ofender a la mujer que lo acompañaba.
En la última emboscada que le tienden para atraparlo, un sargento se pone de su lado desobedeciendo la orden de sus superiores y juntos se fugan a territorio indígena.
A grandes rasgos, el Martín Fierro tiene una cosa buena y tres malas. Lo bueno es que nos cuenta una historia donde el protagonista desobedece la autoridad que, como casi siempre, abusa de su poder, dañando a personas injustamente y sin respetarlas. Por otro lado, sus puntos en contra son: a veces es aburrido, es racista y ofrece, sin duda, una versión menoscabada de la figura femenina.
Tres cosas malas contra una buena: pulgar hacia abajo para el Martín Fierro.
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