Por Leandro Ramos, escritor y profesor de literatura
El día más odiado por Arthur Conan Doyle (1859-1930) y el más amado por sus lectores es aquel en que se le ocurrió escribir sobre un detective llamado Sherlock Holmes. Ocurrió en una tarde distraída de Londres en la cual dio vida al detective, justiciero, intelectual y cocainómano que devoraría su nombre y su carrera con su fama.
Doyle odió su creación porque era perfecta. Su mayor deseo era que lo recordaran por su literatura de ciencia ficción y sus novelas históricas, por haber sido médico y oftalmólogo; y fue tanto su esfuerzo por escaparse de la perfección de su personaje que, en 1893, lo mató en “El problema Final”, aunque tuvo que revivirlo más tarde por la presión del público. Además, cuando Doyle tenía 55 años se quiso enlistar en el ejército aliado como simple soldado raso, para ser tan héroe como su detective.
Nada de eso le sirvió: hoy día pocos saben de Arthur Conan Doyle y todos recuerdan a Sherlock Holmes.
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