En el año 726, en territorios del Imperio Bizantino, comenzó una etapa llamada "la querella de los iconoclastas". Fue un enfrentamiento político (y a veces físico) entre dos grupos religiosos: los iconódulos, que adoraban las representaciones de Jesús, la Virgen María y los santos; y los iconoclastas, que deseaban destruirlas.
No se trataba de creer o no creer en Jesús, ya que todos eran cristianos; sólo luchaban para ver si se podía o no tener un crucifijo en casa. El emperador León III (717-741) fue uno de los que se declaró en favor de los iconoclastas, pero tanto el papa Gregorio II como el patriarca de Constantinopla, Germano, lo desaprobaron.
Existieron dos períodos en los que se impuso la iconoclasia, y tener representaciones religiosas era un delito: del 730 al 787, y del 814 al 842. La polémica recién terminó en el año 843, cuando los iconódulos se impusieron definitivamente.
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