Por Martín Estévez
El pasado llega a través de libros, imágenes, objetos. Buenos y malos. Pero si alguien menciona al Antiguo Egipto, el esplendor griego o al Imperio Romano, las primera sensación, al menos en la mayoría de las personas, es pensar "qué lindo hubiera sido estar en...". Pero no. Lindo, seguro que no.
El Egipto imperialista le dio importancia a la cultura, claro... pero sería un horror vivir ahí. Los ritos funerarios eran emotivos, pero la muerte era la solución para casi todos los conflictos. Si vivías como el 5% de la población, con riquezas y libertad, no estaba tan mal... si no te importaba que el 95% restante fuera presa de miseria y esclavitud.
Los griegos eran celestiales, creadores de una mitología admirable. Amaban el arte, propulsaron la democracia... Pero quien se queja hoy de la falta de distribución de la riqueza no sería feliz apresado en un sistema en el que la diferencia de clases era atroz. Donde existías como clase dominante, o no existías. Incluso peor que ahora.
¿Es necesario hablar de los romanos? Sí, claro, pero no sé si analizar la masacre de bandidos de poca monta en el hermoso Coliseo o la sanguinaria persecución a quienes postulaban religiones distintas a la "oficial". Que, por cierto, cambiaba cada tanto.
Son ejemplos burdos y discutibles, como casi toda la Historia Universal. Pero también son una invitación a entender que el pasado suele llegar edulcorado. Que, aunque cueste creerlo, la vida, las mujeres y la dignidad valían, antes, mucho menos que ahora. Que la justicia ya solía mirar para otro lado. Y que todo tiempo pasado no fue mejor.
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