• Resumen de lo publicado
El Sacro Imperio Romano Germánico fue el último intento del catolicismo para reconstruir el gran imperio universal al que aspiró desde el esplendor del Imperio Romano en el siglo IV. Su centro de poder estaba en el territorio que que actualmente conocemos como Alemania, y que fue habitado en la Edad Antigua por celtas, germanos, sajones, burgundios y alamanes. Los francos conquistaron parte deñ territorio en el 476, hasta que en el siglo IX, Germania se independizó. En el año 962, Otón I fue coronado emperador: nació así el Sacro Imperio Romano Germánico. Entre 1056 y 1152, el imperio vivió un siglo de caos por el enfrentamiento entre los emperadores y los señores feudales. Luego, se enfrentaron los seguidores del emperador contra los del papa. El siglo XIII fue de decadencia. El imperio se había conformado gracias a la entrega de tierras a la clase alta para que apoyara al emperador; pero, por eso, el emperador nunca pudo acumular poder. Entre 1250 y 1308 ("gran interregno alemán") no hubo emperador y las ciudades ganaron poder y autonomía. Lo mismo sucedió entre 1378 y 1433. Federico III (1452-1493) prefirió quedarse en Viena (Austria), donde contaba con mayor apoyo, por lo que el resto de las ciudades del imperio mostraron signos de decadencia social y conflictos internos. Maximiliano I (1493-1519) cedió todavía más poder a los duques y accedió a que se conformara un Tribunal que participaría en las principales decisiones. En 1512 comenzó a llamarse Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana, e incluía territorios que hoy pertenecen a Alemania, Austria, República Checa, Italia, Suiza, Holanda, Bélgica y Eslovenia. Carlos V (1519-1558) fue el más poderoso de los últimos emperadores e intentó una expansión universal del imperio. Por la suma de conflictos que enfrentó, vivió 19 años en España, 14 en Alemania, visitó 10 veces Flandes, 6 veces Francia y 5 veces Italia. En 1525 respondió sanguinariamente a una justa rebelión de campesinas y campesinos liderada por mi querido Thomas Münzer, de quien ya hablamos en este blog. Francia, Venecia, Génova, Milan, Florencia y la Iglesia católica se alieron contra Carlos V, que llegó a apresar al papa y a ser coronado rey de Italia en 1530, pero fue debilitándose hasta tener que ceder el poder en 1556. Sus sucesores fueron debilitando poco a poco al imperio: pagaron tributo al Imperio Otomano y legalizaron las religiones protestantes, que ya eran profesadas por cerca del 70% de la población. Rodolfo II (1576-1612), en busca de recuperar poder para el catolicismo, se alió con los jesuitas, que eran una herramienta menos violenta para difundir el catolicismo que la guerra salvaje que practicaba la Iglesia.
• ¿Cómo sigue la historia?
El larguísimo y brutal conflicto entre católicos y protestantes desencadenó la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que afectó a gran parte de Europa y muy especialmente al Sacro Imperio Romano Germánico, centro del enfrentamiento.
La guerra atravesó el gobierno de Fernando II de Habsburgo (1619-1637), violento católico que abolió los derechos de los demás grupos religiosos, lo que generó revueltas en el imperio, cuya mayoría era protestante.
Sin fondos económicos, Fernando IIentregó la conformación de un ejército enorme (cerca de 100.000 personas) a Albrecht von Wallenstein, militar del reino de Bohemia, que consiguió muchos triunfos, pero terminó acusado de traición y ejecutado en 1634.
Las decisiones anti-protestantes de Fernando II generaron que los estados católicos (el Sacro Imperio, España y los Estados Pontificios) tuvieran cada vez más enemigos: Francia, Suecia, los Países Bajos...
Su sucesor, Fernando III (1637-1657), firmó, en 1640, un tratado de paz con el Imperio Otomano para centrar sus fuerzas en la Guerra de los Treinta Años; pero en 1648, rendido ante la imposibilidad de imponerse en un conflicto que había devastado al imperio, firmó la Paz de Westfalia (1648), que significó casi una derrota para el catolicismo, ya que significó la pérdida de lo que hoy son Italia, Suiza y los Países Bajos.
El poder del emperador quedó debilitado, ya que sus decisiones debían ser aprobadas por los gobernantes de las más de 300 ciudades que conformaban el imperio. En realidad, el Sacro Imperio Romano Germánico tenía cada vez menos puntos de unificación y cada ciudad comenzaba a aumentar su autonomía y deseos de independencia. Continuaba una larga decadencia que terminaría con su extinción.
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