"El campo de batalla en que se convirtió Europa durante el período de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la paz de Westfalia, que puso fin al conflicto, trajo consecuencias trascendentales en el equilibrio de poder entre las potencias.
España, lacerada por la crisis interna y humillada por la pérdida de los Países Bajos, perdió su condición hegemónica frente a Francia, conducida por la mano férrea del cardenal Richelieu, uno de los artífices del absolutismo (poder absoluto para el rey).
Inglaterra, que había quedado al margen de la guerra, hizo valer su tradición parlamentaria contra el absolutismo de los Estuardo, que fueron derrotados tras una sangrienta guerra civil. Los Países Bajos, por su parte, se constituyeron en una próspera república.
Fueron esos dos países los que protagonizaron el despegue del capitalismo en el siglo XVII, con la creación de grandes compañías comerciales y una potente banca nacional. El intervencionismo económico dictado por el mercantilismo dominó, por el contrario, el resto de Europa".
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