En el año 1610 encontramos otro de los muchísimos ejemplos. El rey de Francia Enrique IV, que había asumido el cargo en 1589, no era muy querido por los católicos franceses, ya que se encontraba en conflicto permanente con el corazón del catolicismo europeo: el Sacro Imperio Romano Germánico.
¿Cómo se resolvió el problema en la pacífica, moderna y tolerante Europa? Un día en el que Enrique IV estaba viajando en carreta por una calle de París (la Rue de la Ferronerie), un grupo de católicos le cruzó dos carretas para que no pudiera avanzar, uno (llamado Ravaillac) se bajó y ¡zácate! le metió dos cuchilladas y lo mató.
¿Torpeza de quienes tenían que cuidarlo, plan maestro de un par de locos, traición preparada por otras personas con mucho poder? Podría ser cualquiera de las opciones, pero todas dan como resultado otro reflejo de lo que verdaderamente era Europa en el siglo XVII: una sangrienta carnicería en la que torturar a América y África no bastaba para satisfacer tanta codicia, egoísmos y miserias humanas.
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