Aclaro, antes que nada, que no me gusta mucho la poesía. Me parece honesto arrancar por ahí. Leí Veinte poemas para ser leídos en el tranvía para la materia Literatura Argentina II de la carrera de letras y tampoco me gustó demasiado.
Como dice el título, es un libro con 20 poemas escritos por el argentino Oliverio Girondo. En la Universidad de Lomas de Zamora me contaron que lo trascendente de estos poemas es que son muy diferentes a los que se habían escrito hasta ese momento y que forman parte de la primera obra de la vanguardia literaria que hubo en la Argentina durante la década de 1920. No me pidan que les explique acá qué es la vanguardia, porque es un término muy complejo.
Para un trabajo práctico tuve que analizar cuatro poemas de Girondo, dos de ellos de este libro, así que copio ese análisis acá, no sé bien por qué:
"Girondo aparece, al menos en la primera mirada, como más rupturista que Borges y González Tuñón. Además de apoyarse en la metáfora, apela a la sinécdoque y a la metonimia. El mejor ejemplo resulta Croquis en la arena, donde una persona con la mitad del cuerpo dentro del mar se convierte en piernas amputadas; una foto tomada a una mujer se transforma en fotógrafos que venden los cuerpos de las mujeres; y una gaviota en el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.
Es en Girondo donde se expresa con más claridad una de las principales propuestas vanguardistas: ver con ojos nuevos aquello que ya vimos muchas veces. Así como Borges se dedicó a husmear sus esquinas, sus barrios, sus símbolos; y como González Tuñón puso la lupa sobre los objetos, en general despreciables; Girondo mirará los paisajes, la playa en Croquis en la arena, pero también, como enumera en Apunte callejero, los cafés, los automóviles, los movimientos al abrir una ventana, los quioscos, los faroles, los transeúntes".
Y, ya que estamos, copio el poema Verona, que me parece uno de los que mejor explican cómo escribía Girondo:
Verona
¡Se celebra el adulterio de María con la Paloma Sacra!
Una lluvia pulverizada lustra La Plaza de las Verduras, se hincha en globitos que navegan por la vereda y de repente estallan sin motivo.
Entre los dedos de las arcadas, una multitud espesa amasa su desilusión; mientras, la banda gruñe un tiempo de vals, para que los estandartes den cuatro vueltas y se paren.
La Virgen, sentada en una fuente, como sobre un bidé, derrama un agua enrojecida por las bombitas de luz eléctrica que le han puesto en los pies.
¡Guitarras! ¡Mandolinas! ¡Balcones sin escalas y sin Julietas! Paraguas que sudan y son como la supervivencia de una flora ya fósil. Capiteles donde unos monos se entretienen desde hace nueve siglos en hacer el amor.
El cielo simple, verdoso, un poco sucio, es del mismo color que el uniforme de los soldados.
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