Por Gabriela Fernández, técnica en bioquímica, aficionada a la Egiptología y amante de las sorpresas
El 15 de febrero de 1931 nació, en Lomas de Zamora, la cuarta y última hija de Francisco Tripodi y Concepción Alvaro: Graciana Tripodi. Mi madre.
Según decía ella, tuvo una infancia y adolescencia felices. Según lo veo yo, no tanto. En quinto grado la sacaron del colegio porque tenía que ayudar a su mamá, y sus dos hermanas mayores salieron a trabajar. A los 19, perdió a su madre. Difícil debe haber resultado ser madre cuando no se pudo ser hija, ¿no?
Se casó con mi papá, tuvo dos hijas. Se dedicó a ellos... y a luchar con sus demonios. Ganó al enfrentar a algunos. Perdió por knock out enfrentando a otros. Fue una persona feliz en su pequeño mundo. Vio a sus nietos nacer. No los disfrutó demasiado tiempo, pero algo sí... No lo suficiente, creo yo.
Un día, un 11 de julio para ser más exactos, se rindió. Se fue de este mundo creyendo, por momentos, que yo era su hermana María; que estaba viviendo en la casa de mi hermana. No le quedaba claro si tenía hijas. De a ratos sí, de a ratos no. De lo que sí se acordaba, y muy bien, era de sus nietos. Los nombraba uno a uno y por orden de edad. Incluso, por dos minutos de diferencia, Valentina es mayor que Máximo, y así los nombraba: Sofía, Delfina, Valentina y Máximo.
Una tarde, tomando la merienda, se fue. Tranquila. No sé si fue justa la vida con ella. Yo creo que no. Que fue bastante ingrata y avara.
Fue la mujer más trabajadora que conocí. La más incansable. La que cocinaba rico como nadie. La que fue mi madre. La que, como ella decía, "hizo lo que pudo". Quizás no le agradecimos lo suficiente. Quizás fue feliz a su modo. Lo que sé es que, de un día para el otro, se fue a su propio mundo. Y después... Después se fue del suyo y de este.
La extraño. Me gustaría tenerla para pedirle consejos, ayuda, para contarle lo que hago. Para compartir un mate feo, frío y lavado, como solía cebar. Ojalá lea esto, desde donde esté...
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